Quien vivió la época de los ochenta y presumía de profesionista, intelectual o universitario forzosamente leyó a Milan Kundera. Desde sus novelas, Kundera avistó el carácter disfuncional que iba tomando la ex unión soviética. Sus obras daban en ese punto interior, en esa mente que razonaba pues la Razón era el postulado mayor después de la revolución francesa. Y eso es lo que este autor nacido en Brno, Checoslovaquia, hizo en una primera y brillante etapa.
Lejos estaban esos militantes de una izquierda feroz que detonaron las revoluciones mediáticas o jerarquizadas de la década anterior. Kundera los expuso en sus totalitarias intrigas, en sus modos sádicos de ejercer el gobierno, dentro de su belicosidad. No fue poco, sin embargo. Debería hacer mucho más. Los muros cayeron gracias a su Literatura, no como se quiso dar a entender luego que fue gracias a la intervención del papa Juan Pablo II.
La ideología iba fracturándose dadas sus arcaicas formas. Lo llamaron la otra K de Checoslovaquia, siendo la primera el autor Franz Kafka. Entre ambos existe una vía que los une, aunque preferiría en este momento no hablar de ella y sí del legado que Kundera, la otra K, dejó para nuestra pasión por la lectura. Cuento a grandes rasgos el argumento de La broma.
Ludvik Jahn, joven estudiante universitario y activo miembro del Partido Comunista checo, envía a una compañera de clase una postal en la que se burla del optimismo ideológico imperante. La broma no les hace la menor gracia a los dirigentes universitarios y, tras un juicio sumario, expulsan a Ludvik de la universidad y del Partido. Paradójicamente, al caer en desgracia, se abre para Ludvik un mundo aún desconocido. Atrapado entre dos amores, el de Lucie, tierno y desesperado, y el de Helena, apasionado y cínico, Ludvik va, sin embargo, de tropiezo en tropiezo, transformando su vida en un cúmulo de situaciones a cual más grotesca y risible. De hecho, con el paso del tiempo, la vida de Ludvik se convertirá en una enorme broma pesada: ya no podrá culpar al destino, porque ya no puede sino culparse a sí mismo.
La humanidad de esta novela, una de las más leídas del autor que nos ocupa, impera de manera indiscutible. Kundera opone al destino, desafiando las leyes de la Literatura más correcta, la experiencia del hombre que encuentra el contraste entre lo que piensa y lo que siente. El error en Latinoamérica ha sido la supremacía de lo segundo por sobre lo primero.
Kundera deshace mitos, el mito de que todo lo emanado de la izquierda es noble, bueno, correcto, humanista, por ejemplo. La broma es ese sitio de Ludvik donde el imperialismo yanqui no tiene cabida, tampoco la izquierda. Un querido amigo, un poeta perdido entre la disfunción revolucionaria, se divirtió mucho cuando comenté que tan pueblo es el último señor que barre las calles como el presidente de la república. Mi amigo rió bastante. ¿Eso lo pensaste tú o lo leíste en un libro de Luis Pazos? Realmente. El tiempo me dio la razón, volvemos a esa palabrita. La Razón, presentada por Kundera, es la razón del que vivió en carne propia los estragos de un regimen que se dedicaba a morir. Claro, nuestro reseñado no fue tan caradura como para infatuar sus novelas en ese tono. Nunca hay burla en sus novelas. Hay escrutinio, sí. También hay humor.
En El libro de la risa y el olvido, Kundera nos lanza a la primera sección, de siete que tiene la novela, que ocurre en 1971 y es la historia de Mirek, mientras explora sus recuerdos de Zdena. Saber que él amaba a esta mujer fea ha dejado una imperfección, y espera rectificar esto al destruir las cartas de amor que él le había enviado. Mientras viaja a su casa y regresa, le siguen dos hombres. Mirek es arrestado en su casa y sentenciado a prisión por seis años, su hijo a dos años, y diez o más de sus amigos a plazos de uno a seis años.
Kundera también describe una fotografía del 21 de febrero de 1948, donde Vladimír Clementis se encuentra al lado de Klement Gottwald. Cuando Vladimír Clementis fue acusado en 1950, fue borrado de la fotografía (junto con el fotógrafo Karel Hájek) por la propaganda estatal. En ese año se le acusó de traición debido a una supuesta falta de estalinismo y por ello fue condenado a muerte en la horca y su nombre fue borrado de los registros y de la memoria colectiva. Este breve ejemplo de la historia de Checoslovaquia subraya el motivo del olvido en el libro. Kundera deshace esos miramientos que tienen, tuvieron, los autores más sensatos que representaron la izquierda en ese tiempo. Pablo Neruda, el mismo García Márquez, Julio Cortázar para nombrar a los latinoamericanos, quedaron en ese limbo de la definición ideológica.
Milan Kundera, curiosamente, es uno de esos escritores, como Fuentes o como Sterne, que dan cátedra desde sus novelas. La otra obra famosa es La vida está en otra parte.
La madre de Jaromil es una mujer posesiva que mima a su hijo en exceso y que desprecia a su marido, un discreto ingeniero en cuyo interior se esconde un verdadero héroe. Alentado por la madre, que le ríe todas las gracias, Jaromil entra en la adolescencia creyéndose un poeta. Mientras su madre tiene con el profesor de dibujo de Jaromil una aventura que la llenará de remordimientos, su hijo conocerá las dificultades de trabar amistad con sus compañeros de colegio y trata de ocultar en sus poemas sus primeras experiencias eróticas. Poco después creará en su imaginación a un personaje llamado Xavier, que vive lo que a él se le niega. Cuando accede a la universidad y en 1948 se implante en el país el comunismo con toda su dureza, Jaromil, convertido en un poeta del régimen, todavía ignora que su vida no es sino una eterna huida y, lo que es peor, que toda decisión acarrea consecuencias mucho más graves de lo que uno imagina.
El lugar del intelectual se expresa mucho mejor que nunca en esta historia de amores, desamores, hijos imperfectos y artistas que el regimen contrata para sus perversos fines. La pregunta es ¿Milan Kundera es uno de estos artistas? La leyenda, salida de las filas de izquierda es que Kundera era pagado por la CIA para escribir en detrimento del comunismo, lo fue hasta que el comunismo cayó en 1989, con el derrumbe del muro de Berlín. El derrumbe de las ideologías lo llamaron otros furibundos antiestalinistas. Günter Grass o Vargas Llosa, por no hablar de los más exquisitos, Castoriadis o Brodsky.
Finalmente, nos enteramos del deceso de este escritor de tanas páginas, tantas imágenes, tanta detracción. Hace poco. Apenas el 11 de julio despertamos con la noticia. En algún momento, saltó a París y ahí se quedó. Escribió una serie de novelas más, entre ellas la potente Insoportable levedad del ser o La inmortalidad, menos potente pero extremadamente filosófica y tiene lugar en el Paraíso donde el poeta Goethe da largas caminatas con el novelista Ernest Hemingway. Dice este último.
“Cuando me dieron el Premio Nobel me negué a ir a Estocolmo. Se lo digo, me importaba un cuerno la inmortalidad, y le diré aún más: cuando me di cuenta un día de que me tenía cogido, me horrorizó aún más que la muerte. Uno puede quitarse la vida. Pero no puede quitarse la inmortalidad. En cuanto la inmortalidad le hace subir a usted a cubierta, ya no se puede bajar nunca más y aunque se pegue un tiro se queda en cubierta con su suicidio incluido y eso es un horror, Johannes, un horror. Estaba tendido en cubierta, muerto, y a mi alrededor veía a mis cuatro mujeres; estaban sentadas en cuclillas y escribían todo lo que sabían sobre mí y detrás de ellas estaba mi hijo y también escribía, y Gertrude Stein también estaba y escribía y estaban todos mis amigos y contaban en voz alta todas las indiscreciones y difamaciones que alguna vez habían oído contar acerca de mí, y tras ellos se apelotonaba un centenar de periodistas con micrófonos y un ejército de profesores universitarios de toda América lo clasificaba, lo analizaba, lo ampliaba y lo organizaba todo en artículos y libros.”
Esta idea aterradora de la inmortalidad es poco más o menos lo que no hubiera querido la otra K de Checoslovaquia. Por eso dejó la fusta y empuñó la pluma. Claro, como a muchos otros autores, Kundera se cansó y sus últimas novelas son tibias, cansadas, desubicadas. Su bagaje cultural es inmenso curiosamente, dándonos a relucir el oro de los buenos textos, de las mejores narraciones. Así fue su vida. Esperemos que la inmortalidad, tan criticada por su inteligencia, no le cobre la fusta y sí premie la pluma.