Algo tienen en común las marchas organizadas desde la oposición o desde el partido en el poder. Buscan encontrar el número más alto. Creo que no se trata de llenar el zócalo de la CDMX. Se trata de reunir el descontento ante tal o cual injusticia o ilegalidad que surja en el proceso administrativo.

Vamos a los hechos.

Un contingente de muchas personas realizó este domingo una marcha del Monumento a la Revolución hasta la sede de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) donde consiguieron quitar un plantón de disidentes que permanecía a las afueras de la sede judicial en protesta contra el actuar de los ministros y de su presidenta, Norma Piña.

Bajo el grito de “La Corte no se toca” y “Viva Norma Piña”, organizaciones civiles y decenas de ciudadanos marcharon poco después de las 10.00 horas desde la Plaza de la República, a un costado del Monumento a la Revolución, en el centro de la capital, hasta la sede del Poder judicial mexicano. La concentración se da en medio de un momento de extrema tensión entre el presidente Andrés Manuel López Obrador y el máximo tribunal del país.

¿Qué ocurrió? El enfrentamiento no pasó a mayores porque la intervención de la policía antimotines fue ineficiente, pero salvó la integridad física de los más de los manifestantes y plantonistas. O por mejor decir, no fueron más que arañazos. De todas maneras, el exceso de declaraciones, descalificaciones, mala onda, sutil desdén por parte del ejecutivo a uno de los 3 poderes de la nación solo ha polarizado la opinión del país. Deberíamos, como siempre recordar el documento rector de nuestro país, es decir la Constitución mexicana. Veamos la materia de estudio.

El artículo 49 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos establece que el Supremo Poder de la Federación se divide para su ejercicio en Legislativo, Ejecutivo y Judicial y que no podrán reunirse dos o más de estos poderes en un solo individuo o corporación. Sin embargo, ha sido criterio reiterado de esta Suprema Corte que la división funcional de atribuciones que establece dicho numeral no opera de manera rígida, sino flexible, ya que el reparto de funciones encomendadas a cada uno de los poderes no constituye una separación absoluta y determinante, sino por el contrario, entre ellos se debe presentar una coordinación o colaboración para lograr un equilibrio de fuerzas y un control recíproco que garantice la unidad política del Estado.

Expresiones como las que promovió hace una semana el gobernador de Veracruz, Cuitláhuac García (amigo personal de la doctora Claudia Sheinbaum y entusiasta promotor de su campaña) al acarrear desde su estado y con recursos públicos a grupos de personas que vinieron a mandar mensajes y amenazas de muerte a la ministra Norma Piña y otros ministros a los que ponían sus fotografías en ataúdes y cruces funerarias, hablan claramente de que el embate desde el actual partido gobernante y sus estructuras políticas, tiene como fin amedrentar, intimidar y amenazar a las ministras y ministros para que dejen de cumplir con su función de equilibrar y frenar los excesos del Poder Ejecutivo o de otro Poder, porque no mide sus dichos el presidente, con sus leyes, reformas y decretos inconstitucionales, emitidos de manera autoritaria por el presidente López Obrador y aprobados por las mayorías ciegas y serviles de Morena en las dos cámaras del Congreso.

Ahora bien, la actitud del Ejecutivo, siempre a modo, reitera en cada instancia que puede, que los ministros y ministras evaden, tuercen, deforman y acomodan las leyes a su conveniencia. Conveniencia que, además, permea en los sectores menos informados de la sociedad. Acoto lo anterior porque la conveniencia es muy bien comprendida por los sectores mejor informados. Diputados, intelectuales, políticos de grados enormemente altos, rugen contra Norma Piña y los ministros por su traición al país. Y la ministra Norma Piña, con sus ministros, es la esperanza, la real, de la ciudadanía. Ella prevalece aun contra las amenazas, los ataúdes, los golpes, los gritos, las difamaciones. Los otros ministros, Zaldívar, Loretta y Yasmín Esquivel, tienen ya fijos sus aspiracionismos tanto como sus intereses.

La ministra Piña forja una red de leyes, de convenios, de circunstancias que “vejan” la integridad del mandatario. Al menos eso dice él. El presidente lanza sus huestes sin lanzarlas. Es una actitud muy tabasqueña. Lanzo un pial, alguien se siente agredido (ahogado en este caso) y responde. El del pial enseguida sale con aquello de “Me insultó, me insultó y yo no le hice nada”. Así obra quien obra desde Palacio.

El problema es que se va delineando un ambiente de intolerancia, desazón, malicia pública que no va a traer nada bueno ni a las lecciones inmediatas ni a las del año siguiente. El cencerro político suena con injerencias feroces. Es hora de cobrar favores, de lanzar piales, de hacerse la víctima en la mejor tradición en la que el presidente se mueve como pez en el agua. No hago otro símil porque sería faltar al respeto a la investidura. Y no es bueno caer en ese mal ejemplo.

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