Frank Herbert, (1920-1986) fue un escritor estadounidense de ciencia ficción más conocido por la novela de 1965, Dune y sus cinco secuelas. Aunque se hizo famoso por sus novelas, también escribió cuentos y trabajó como periodista, fotógrafo, crítico literario, consultor ecológico y conferencista.
La serie de novelas Dune, ambientada en un futuro lejano y teniendo lugar durante milenios, explora temas complejos, como la supervivencia de la especie humana a largo plazo, la evolución humana, la ciencia y la ecología planetarias, y la intersección de la religión, la política, la economía y el poder en un futuro donde la Humanidad hace mucho tiempo que desarrolló viajes interestelares y se asentó en miles de mundos.
Dune es la novela de ciencia ficción más vendida de todos los tiempos, y toda la serie se considera ampliamente entre los clásicos del género. Se han hecho dos películas, una en nuestro país con la dirección de David Lynch, (1984). Después se hizo una nueva versión en 2021 dirigida por Denis Villenieve. ¿Por qué tomo esta obra como ejemplo? Vamos por partes. Herbert nos puso en guardia sobre dos problemas que vivimos en estos tiempos. Veamos.
1.- Escribir en 1965 sobre la escasez de recursos naturales (agua, petróleo, fauna, flora) era de ciencia ficción, realmente. Nadie le creyó a Herbert. ¿Por qué? He ahí la pregunta más certera jamás realizada. La generación anterior fue la del dispendio. Después de dos guerras mundiales, del triunfo de USA, de los desfasados viajes espaciales, hablar de un planeta donde el agua no existía era de locos, de una imaginación exagerada, de un planteamiento feroz que traería graves consecuencias, la Humanidad no se contuvo. Se dio a gastar todo lo que encontrase en la tierra, desde las especies animales más extrañas hasta el petróleo, sin creer que iban a terminarse. Incredulidad o egoísmo, la generación que vivió las dos guerras mundiales y las siguientes incursiones que se hicieron contra los países de Oriente, gastó no solo su tercio de la herencia natural, sino parte de la nuestra, la mía, quienes nacimos en aquel tiempo. Y así fue.
En Arrakis, también llamado Dunas, el planeta del desierto, crece una especie, una especie unida a otra, indomable, como solamente puede existir en la desolación. La especie, la melange, es producida por monstruosos gusanos que habitan las profundidades del planeta. Estos gusanos la producen. Hay que ordeñarlos cual enormes vacas, para obtener la especie. Lo importante es reconocer que, al no haber agua, la especie mantiene vivos a los habitantes de este utópico sitio.
Dos casas rivales pelean el dominio de la especie bajo la mirada cínica del emperador Shaddam IV, último en la dinastía de Corrino. Él ve cómo sus parientes, el noble Leto duque de Atreides y el malvado barón Harkonen pelean la posesión del planeta. El emperador da al duque el dominio de la especie con la secreta intención que los Harkonen lo maten, exterminando a toda la casa Atreides. Un plan más del Renacimiento italiano que de las galaxias más allá de la nuestra. O más de estos tiempos donde la posesión de cosas bellas provoca la ambición de los enemigos.
Sigamos con Dunas.
Los planes parecen salir a pedir de boca si no fuera porque el hijo de Atreides, Paul queda vivo. Él planeará la venganza contra los enemigos de su casa consiguiendo aliados entre los habitantes de Dunas, los fremen. Este pueblo vive oculto, no dejándose ver, robando a los Harkonen la especie porque ellos son sus dueños verdaderos. Hasta este momento, la novela nos da una visión distópica, y conste que Herbert sí entendió que este subgénero es parte de la ciencia ficción, no es un descubrimiento moderno. La distopía está dada por la pelea entre dos casas rivales, entre dos estandartes que tienen seguidores y enemigos. Todo muy shakespeariano.
Herbert recurre al bardo inglés para contarnos las incidencias de una guerra civil donde, como en toda guerra civil, las lealtades hoy son unas y mañana son con el contrario.
Ahora detengámonos en la realidad.
2.- La Ciudad de México (CDMX) y el Estado de México (Edomex) están enfrentando una severa crisis hídrica, la peor en su historia, ante la incapacidad del Sistema Cutzamala para aumentar su capacidad debido a la falta de precipitaciones y otros factores. Según estimaciones hechas por expertos, esta situación llevaría al Valle de México a la situación crítica del Día Cero en aproximadamente cinco meses.
Según reportes de la Comisión Nacional del Agua (Conagua), las presas El Bosque, Valle de Bravo y Villa Victoria, que proporcionan cerca del 25% del agua para la Zona Metropolitana del Valle de México y que conforman el Sistema, han visto reducidos sus niveles de llenado a 39.8% de su capacidad total, lo que indica un déficit del 37% en comparación con los registros históricos para esta fecha.
En este contexto, la preocupación por alcanzar el llamado Día Cero se intensifica, una situación en la cual las reservas hídricas son tan bajas que se debe restringir el suministro de agua potable a la población, limitándolo únicamente a servicios esenciales.
Este escenario de emergencia, que cobró relevancia global por primera vez en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, en el año 2018, podría ser una realidad en la capital mexicana si no se toman medidas urgentes para mejorar la captación y distribución del vital líquido.
Estos detalles proporcionados por el Organismo de Cuenca Aguas del Valle de México (OCAVM), son alarmantes. A pesar de un ligero incremento en el almacenamiento de la presa Villa Victoria, las reservas de agua en los embalses continúan en una tendencia a la baja. Además, se ha mantenido el envío de 7.9 metros cúbicos por segundo de agua hacia el Valle de México, sin cambios en la fecha anticipada para un posible colapso del sistema, señalada para el 26 de junio de 2024. Es decir, dentro de unos meses.
Y ahí vamos a dejarlo para que no crean que estamos proporcionando escapes alarmantes en nuestro entorno.
3.- Leamos Dunas, de Frank Herbert y esperemos que después de leerla, entremos con más respeto a los años que se nos echan encima, procurando evitar el dispendio. Lo más interesante es que no nos estamos acabando el agua. Ya nos la acabamos.