Estamos por cumplir un año desde que la pandemia del coronavirus nos recordó nuestra condición de mortales, como advierte el paleontólogo Juan Luis Arsuaga en Confabulario. Y mientras nos vacunamos con la esperanza de la inmunidad, sabemos que hay otras pandemias en camino, porque hemos roto las barreras naturales que impedían el salto de virus como el Covid-19 hasta nuestros cuerpos. Podemos celebrar que la vida allá afuera nos aguarda, pero ya es imposible cerrar los ojos ante la evidencia de que hoy el tema mayor es el cambio climático. Y que el reto no es salvar al planeta, sino la vida humana en la Tierra.

Tiene razón Pablo Montaño en su ensayo reciente: “La amenaza más grande que hemos enfrentado como humanidad no cuenta con una reacción que apremie a su gravedad” y quienes toman las decisiones políticas o tienen el poder económico “siguen apostando por discursos y soluciones que reflejan o una ignorancia absoluta o el más perverso de los cinismos”.

Combustibles fósiles es el nombre del motor de esta crisis y según los expertos tenemos 10 años para cambiar, de manera que la Tierra siga siendo habitable para la humanidad. El experto en límites planetarios, Johan Rockström, reconoce que hace una década sólo el deshielo marino en el Ártico ofrecía evidencia sólida de que podría alcanzarse un punto de inflexión climática. Sin embargo, en 2020, el profesor sueco descubrió con asombro que: “Estamos a solo unas décadas de distancia de un Ártico sin hielo en verano. En Siberia, el permafrost se derrite (…) Groenlandia está perdiendo billones de toneladas de hielo (…) Los grandes bosques del norte arden (…) La circulación del océano Atlántico se está desacelerando. La selva amazónica se está debilitando y puede empezar a emitir carbono en 15 años. Ha muerto la mitad del coral de la Gran Barrera de Coral (…) Y ahora el más sólido de los glaciares de la Tierra, en el este de la Antártida, se está volviendo inestable. Nueve de los 15 grandes sistemas biofísicos que regulan el clima se acercan a puntos de inflexión”. Cuando uno de ellos alcanza ese estado se genera un efecto dominó en los demás. De ahí las tormentas extremas, las sequías, los incendios forestales… el riesgo de que el mar se eleve un metro más en este siglo o de que la temperatura rompa el límite de los 2 grados y el planeta se convierta en un invernadero.

Reducir las emisiones de carbono a la mitad de aquí a 2030 y a 0 hacia 2050 es la propuesta de los expertos. Implica descarbonizar los grandes sistemas que rigen nuestras vidas, energía, industria, transporte, edificios. El fin de los combustibles fósiles. Transformar la agricultura de fuente de emisiones a reserva de carbono y proteger los océanos y la tierra, ecosistemas naturales que absorben la mitad de nuestras emisiones.

Entre 1990 y 2015, México aumentó en 54% la emisión de gases de efecto invernadero y es el segundo emisor en América Latina. Conagua advirtió ayer que el 80% del territorio sufre sequía… ¿Cuándo le daremos su justo lugar al tema? ¿Mientras se construyen refinerías y se recortan presupuestos a investigación en ciencia y tecnología?

Quizá, como escribe Pablo Montaño: “Será desde las historias de resistencia, rabia, desafío e irreverencia al poder que encontraremos la fuerza que nos recuerde que nunca han existido los cambios inevitables, sólo aquellos que se impulsan desde una incongruente realidad descrita por Fitzgerald: reconocer la desesperanza de la realidad y conservar una inagotable determinación para cambiarla”.

adriana.neneka@gmail.com

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