Un testimonio más de la vida cotidiana en Israel. Lea Tannenbaum vive en Bat Hafer, en la frontera con Cisjordania, al lado de Tulkarem, una de las más grandes ciudades administradas por la Autoridad Nacional Palestina. Su casa está a 400 metros del muro que los separa de los árabes palestinos. Hace seis meses, dice, a cada rato caían bombas molotov, “el 7 de octubre, eran terroristas y disparaban todo el tiempo”. Igual que Carolina, su hermana, insiste: “Hamás no es Palestina, es una organización terrorista”. Y la guerra, consecuencia de la deshumanización y el odio.

Ella, chilena, vivía en Estados Unidos, llegó a Israel a los 24 años y ahora tiene 45, un esposo uruguayo y tres hijos: Teila, Gali y David, de 15, 14 y 9 años respectivamente, quienes, luego del ataque, tardaron en salir del búnker, por el miedo. “Estamos acostumbrados a las explosiones y en 15 segundos encerrarnos, pero nunca había sido como ahora, Hamás mató niños, bebés, mujeres, familias enteras”.

Aquel sábado, cuenta, “estábamos en la fiesta del Sucot, de vacaciones, me fui al servicio a un kibutz cuando escuchamos las sirenas y los estruendos. Los terroristas incendiaron todas las casas, nos salvamos de milagro, las calles estaban llenas de cuerpos. Fue una barbarie, seguimos en shock, con tristeza profunda, llanto, cientos de desaparecidos, muchos hallaron a sus familias muertas…

“Todo el mundo aquí está cerca de los árabes palestinos. Entran a Israel 100 mil cada día. Son muy buenos trabajadores. Yo soy publicista. Mi esposo, en la universidad, es director de computación y sistemas. Muchos árabes israelíes vienen a cenar a mi casa, todo el tiempo. ¿Ahora? Esto va a marcar a Israel. Es un antes y un después”, asegura.

Dos semanas después del ataque, las escuelas empezaron las clases, por Zoom. Pero el pequeño David seguía con miedo, sin salir, ni invitar a un amigo a casa “porque entonces también me tendría que preocupar por él”, le dice a su mamá. Viven encerrados, con un palo atravesado en la puerta, “nos quitaron la confianza en los demás”. Ella y su esposo se turnan para ir a trabajar o cuidar a la familia: “No dormimos, cada ¡bum! nos provoca un sobresalto”. Hoy toda la comunidad sigue angustiada. “¿Y quién nos va a quitar el miedo?”, se pregunta.

Apenas ayer que hablé de nuevo con Lea, el Kibutz Zikim, donde tienen familia, sufrió un ataque. Entraron por el mar, enfrente de Gaza. “Los que residen en el kibutz anhelan el sueño socialista, están a favor de un Estado Palestino, al que tienen derecho, igual que nosotros” dice. “Y como ellos, queremos paz, que acabe esta locura, la desigualdad, el terrorismo, la violencia, que devuelvan a los secuestrados”. Pide, también, que se conozca este lado cotidiano de la tragedia.

La sociedad civil, los hoteles y las empresas están acogiendo a unos 20 mil israelíes que se quedaron sin casa. “Todos ayudamos, se organizan cocinas, albergues de sur a norte, donación de ropa. Estoy en una lista donde ofrezco mi casa para recibir gente…”.

La pobreza, la incultura, la falta de educación están detrás de la guerra, insiste Lea. “Hamás recluta jóvenes pobres, igual que el narcotráfico en México, les enseña a matar. Y les paga por hacerlo. En las escuelas, el adoctrinamiento. Esta es una guerra de odio”. Ahora todos viven la tortura psicológica a través de las redes sociales. La infiltración del terror donde les llegan amenazas, videos, fotos, escenas de la crueldad.

De pronto se escuchan gritos. Órdenes de que todos entren a sus casas. Lea está en el patio. Tiene que colgar. Así viven. ¿Quién les quitará el miedo?

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.
Google News

TEMAS RELACIONADOS