En medio de la barbarie, alguien nos recuerda que somos seres humanos. En la era de lo efímero, nos remite a la trascendencia. En tiempos de violencia y confrontación, abre un espacio para la serenidad y una ventana para la contemplación. Cuando la austeridad se impone como obligación, demuestra que son posibles los libros de arte sin regatearle un ápice a la belleza, a la excelencia. Frente al pragmatismo, impregna su obra de filosofía y misterio. Y nos invita a visitar una exposición donde muestra su pintura como una aventura existencial, de la mirada, la representación y el conocimiento.
Teresa Velázquez es esa pintora. Y este año, que cumple 40 de trayectoria artística, ha sido clave en su camino. En septiembre presentó en el Museo de Arte Moderno el libro que lleva su nombre (Editorial Fauna); en octubre inauguró su exposición Puesta en abismo en la galería Aldama Fine Art, también en Ciudad de México. En noviembre la revista Este País la nombró artista del mes… Todo eso, durante uno de los episodios más críticos para el mundo, en medio de una pandemia que nos advirtió la vulnerabilidad de nuestra especie. Justo entonces, presenta su obra para recordarnos el valor social del arte y lo mucho que necesitamos del alimento que nos ofrece para descubrir otras maneras de ver y habitar el mundo.
Cuando ya era reconocida como una de las más talentosas figuras de la abstracción en las artes plásticas de México, museos y galerías le cerraron las puertas a la pintura; cuando el terremoto de 2017, se derrumbó el edificio que resguardaba obra suya de 2002 a 2014; cuando una enfermedad la tomó por asalto, cuando murió su madre, cuando… Teresa Velázquez ha hecho siempre de la adversidad un impulso creativo. Así realizó el libro que reúne su producción plástica, documenta aquella que se perdió y la acompaña con textos a la altura. Y es que para ella el proceso creativo no termina en su taller, sino que necesita comunicarse con el espectador para que culmine la experiencia estética. De ahí, también, la exposición Puesta en abismo, abierta hasta el 20 de diciembre.
Para esta pintora, tenemos una necesidad existencial de la naturaleza. Y del arte. El que no ve un paisaje puede salir a matar. Al que no escucha música el ruido lo hará sordo. Alguien le comentó luego del sismo que el soporte de madera de sus cuadros les salvó la vida a víctimas del derrumbe. De todo aquello algo rescató. Y ella lo interpreta como “una intervención de la naturaleza en mi obra”. Como ella interviene el mar, la flor, la piedra, la montaña, el jardín, el árbol, el cielo… y el abismo, que son resignificados en su pintura. Como la vida y la muerte, la nada y la existencia, el tiempo, la luz y la sombra. La artista no ilustra el paisaje, lo contempla, lo interioriza, lo abstrae, captura “el dato” con fotografía y lo incorpora al óleo. “Su pintura no es ilustración de emociones, sino (…) una puerta para la exploración del universo”, escribe Luis Martín Lozano.
Rob Riemen plantea que “los artistas son los traductores de las mitologías fundamentales y de las grandes narrativas de la humanidad. Por eso siempre nos reencontramos de diversas formas con el mito de Fausto, Parsifal Antígona… en busca del conocimiento. Cuando los nazis asumieron el poder con su narrativa, Thomas Mann escribió la narrativa alterna para recordarnos lo que significa existir como humanidad”. Si lo que dice el filósofo holandés es cierto, Teresa Velázquez es una de nuestras grandes intérpretes.
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