Se trata del sistema de ríos subterráneos y cenotes más importante del planeta. Y de la reserva de agua dulce más grande de México, en la Península de Yucatán. Cuevas hundidas en cuyas entrañas yace patrimonio arqueológico y paleontológico de relevancia mundial y que recién comienzan a contarnos cómo era la vida en la prehistoria: las primeras migraciones, la flora y la fauna de la región milenios atrás, las poblaciones premayas, la historia del clima y de los ecosistemas.

Apenas en 2020, la arqueóloga subacuática Carmen Rojas Sandoval hacía la presentación en público de “La banda de Tulum”, diez personajes hallados en cenotes y cuevas de Quintana Roo cuyo origen data de entre 14 mil y 8 mil años atrás, por lo que constituyen los restos humanos más antiguos encontrados en América. Pertenecientes a la primera ola migratoria, cuatro mujeres y seis hombres se unían a la célebre “Naia”, de 12 mil 970 años, hallada en el cenote Hoyo Negro. La joven maestra mostró también restos de megafauna de la era del hielo hallada en las exploraciones: osos perezosos gigantes, tigres dientes de sable, camélidos, gonfoterios, jaguares, león americano… Y contó que ya tienen un mosaico histórico del entorno natural de la región y evidencia de modos de vida de grupos muy anteriores a los mayas.

Ese mismo año, la revista Science Advances dio a conocer el hallazgo de una mina de ocre de entre 12 mil y 10 mil años de antigüedad. Se trata de la más antigua del continente encontrada hasta hoy, al fondo de una cueva inundada de Tulum, por arqueólogos subacuáticos del INAH, espeleobuzos del Sistema Acuífero de Quintana Roo y científicos de universidades de Estados Unidos y Canadá. Luego de un centenar de inmersiones, 20 mil fotografías y más de 600 horas de buceo ya pueden contarnos hoy que los humanos de la prehistoria no sólo se arriesgaban hacia el laberinto de cuevas de la región para buscar agua o refugiarse de los depredadores, sino también para practicar la minería. La arqueología subacuática, cuya pionera en México fue Pilar Luna, se ha convertido en una ventana al conocimiento remoto y alimento para el asombro.

Hoy todo ese universo está en riesgo de colapsarse por el nuevo trazo del tramo 5 del Tren Maya (Cancún-Tulum) que, de no atender el SOS de voces expertas, pasará, con todas sus toneladas a cuestas, por encima de cuevas y cenotes de gran fragilidad.

Las obras, que carecen de Manifestación de Impacto Ambiental, una auténtica consulta a las comunidades locales y un proyecto social, económico y ecológicamente sostenible, tienen prisa sexenal. Los expertos advierten el peligro de la contaminación de los mantos acuíferos que surten de agua dulce a toda la región. Y la fragmentación del sistema Sac Actún (que comprende 370 kilómetros de ríos subterráneos y contiene, al menos, 228 cenotes), que conecta a diversos ecosistemas de forma natural. Miran la devastación de especies endémicas de árboles (que ya comenzó) y el riesgo que corren jaguares, tigrillos, monos araña y ocelotes debido a la fragmentación de la selva.

Científicos, arqueólogos, ecologistas, biólogos, paleontólogos, espeleólogos y artistas expresan un SOS por el gran acuífero maya, la diversidad de las especies, los vestigios paleontológicos y la riqueza arqueológica que contienen. Coinciden en que todavía es posible encontrar una mejor opción para el tramo 5 del Tren Maya. Lejos de la descalificación presidencial, han de ser escuchados. Antes de que sea demasiado tarde.

adriana.neneka@gmail.com

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