Para entender por qué Sandra Pani primero elige el lugar, dialoga con él y después procede a realizar las piezas que integrarán una exposición, hay que visitar Desmembramiento y Transformación en el Palacio de la Autonomía del Centro de la Ciudad de México. Y es que en la sala Vestigios del museo es posible escuchar en su obra la voz de las diosas en piedra que vienen del Templo Mayor, la de Santa Teresa en su morada dentro del arte contemporáneo y la de la pintora que apuesta por rescatar “la antigua idea del arte como sagrada locura”.

En el Palacio de la Autonomía hay 500 años de historia. La prehispánica, que palpita en el subsuelo y en los vestigios del Templo Mayor que pueden verse a través de un piso de cristal mientras se recorre la exposición de Pani. La de los siglos XVII y XVIII, cuando fue sede del conjunto conventual de Santa Teresa la Antigua y residencia de las carmelitas descalzas y la del edificio actual construido durante el Porfiriato y cedido a la Universidad de México que ahí firmó su autonomía en 1929.

Cuando Sandra Pani visitó el lugar, el espacio la invitó a convertirse en canal para hacer posible un diálogo con las diosas Coyolhauxqui y Tlaltecuhtli, que yacen petrificadas a unos metros de ahí, en el Templo Mayor de los mexicas. La artista usó su propio cuerpo y en el taller de grabado de Noel Rodríguez en Iztapalapa, procedió. Luego de entintarse toda se acostó sobre la gran placa y dejó su huella en el lienzo, grabó su silueta y luego la intervino. Así realizó 50 monotipos de gran escala (2 metros por 97 centímetros) que penden del techo como un coro visual que canta a la vida y a la muerte. Grises, negros, blancos, claroscuros, luz y oscuridad, gozo y sufrimiento, como la complejidad de la vida. El proceso, grabado en video por Marco García, es narrado por la propia artista que le cuenta al visitante de dónde viene todo lo que ve.

La Coyolxauhqui, diosa de la Luna, desmembrada por su hermano Huitzilopochtli, dios del Sol y de la Guerra, se reconstruye, ilumina la noche, le habla a las mareas y, en piedra monolítica, cuenta su pasado sagrado. Está ahí, en la obra y el cuerpo de Pani. La Tlaltecuhtli, diosa de la Tierra, en posición de parto, devoradora de muerte y dadora de vida, las acompaña. Es tumba y útero a la vez. Símbolo de transformación.

Son las dos deidades femeninas símbolos arquetípicos de un proceso por el que, dice Sandra, pasamos todos en la aventura de estar vivos. Somos una cadena de nacimientos, nos desmembramos y nos volvemos a construir. Su obra rememora la cadena de partos que han tenido lugar y todas las mujeres que han parido para que estemos aquí. “El arte —dice— sirve para dialogar con lo que no se ve, pero se intuye”. Si el arte conceptual se despegó de la intuición para concentrarse en las ideas, la pintora apuesta por “recuperar lo sagrado, nuestra conexión con algo más grande que nosotros”. Y concibe a la creatividad “como herramienta de transformación que repara la escisión entre cuerpo y espíritu”.

Para Sandra Pani, en las grietas y hendiduras de la superficie se muestran las realidades más profundas. De ahí que siempre esté atenta a los sueños y abierta a escuchar las voces que vienen de lejos para hablarle al oído. Cita a J.F Martel, autor de Vindicación del arte en la era del artificio: “Necesitamos resucitar la idea ancestral del arte como una locura sagrada en la que nos dejamos guiar por fuerzas externas a nosotros mismos, solo así podemos llegar a plasmar lo que nunca hemos visto pero necesitamos desesperadamente ver”.

La obra de Pani podrá verse hasta el 28 de enero.

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