Francis Bacon visita durante un fin de semana a Roald Dahl en su casa de Great Missenden, Buckinghamshire, Inglaterra. Con una copa de vino en mano, el autor de Matilda, Las Brujas, Charlie y la fábrica de chocolates le dice con firmeza: “Advertí a mis editores que, si más adelante le mueven una sola coma a uno de mis libros, jamás sabrán otra palabra más de mí. ¡Nunca! ¡Jamás!” Y amenazó: “Cuando yo ya no esté, si eso sucede, entonces desearé que el poderoso Thor golpee fuerte en sus cabezas con su Mjolnir o enviaré al enorme cocodrilo para engullirlos”.

El escritor, guionista y poeta (Gales, 1916) se refería a sus raíces noruegas y a su cuento El cocodrilo enorme. La grabación del diálogo, autorizada, la realizó Barry Joule, quien acompañó a Bacon en aquella visita de 1982. Dio a conocer el contenido en The Observer hace unos días, cuando la editorial Puffin Books anunció que “reescribirá” los textos de Roald Dahl para hacerlos más “inclusivos” y no herir sensibilidades de las nuevas generaciones. Matilda ya no leerá a Kipling (acusado de “colonialista”) sino a Jane Austen. Las palabras “gordo”, “loco”, “queer”, “feo” … y cientos más serán sustituidas.

Roald Dahl, uno de los autores para niños y niñas más populares del mundo, con más de 20 libros y 300 millones de ejemplares vendidos en 63 idiomas, escuchó a Bacon: “No debe haber cambios al trabajo original de un artista cuando esté muerto, en lo absoluto”. A lo que el escritor agregó: “Espero en Dios que eso nunca suceda con cualquiera de mis escritos cuando yo esté recostado cómodamente en mi tumba vikinga”.

Años después, en 1990, cuando Nicolas Grage dirigió la película basada en su libro Las brujas y cambió el final para suavizarlo, el autor exigió que borraran su nombre de los créditos y cuentan que se le veía afuera de las salas de cine con un megáfono para alertar a la gente.

Dahl murió de leucemia ese mismo año. Pero hoy cientos de voces literarias se alzan en defensa de la integridad de su obra. Los editores de sus libros en español (Alfaguara) y francés (Gallimard) anunciaron que no moverán una coma y Puffin Books, que había recurrido a los servicios de “Inclusive Minds”, un colectivo de “lectores sensibles” dedicados a revisar los textos para prevenir posibles ofensas, decidió, ante la presión, mantener la distribución de la obra original, pero anunció que al mismo tiempo circulará la versión corregida.

Desde Rushdie hasta Irene Vallejo y Fernando Savater han defendido a Roald Dahl de la censura y el atropello a sus derechos autorales. Inquieta imaginar si Netflix tuvo que ver en la “sanitización” de los contenidos ya que en 2021 adquirió de los herederos los derechos mundiales de las obras y los personajes, por más de 500 millones de dólares.

Norma Muñoz Ledo, una de las autoras de literatura infantil y juvenil más leídas en México, ha estudiado a fondo desde hace décadas la obra de Ronald Dahl. Me dice que si el autor es tan querido por las infancias es porque “les da poder a los niños, en sus libros siempre ganan. Él se pone de su lado y no hay medias tintas, los adultos malos tienen su merecido en sus obras. Les habla directo al corazón, y es ‘incorrecto’ porque los niños también lo son, están creciendo, les atrae la crueldad, las cochinadas, los monstruos…

“Los adultos quieren que sus hijos piensen que el ser humano es bueno por naturaleza, pero Dahl no escribe para padres y maestros, sino para la niñez. Y es muy subversivo, porque en una sociedad adulto centrista, le importan los niños”.

Junto con las palabras y los ogros, en la era de la cancelación, la libertad creativa está en juego.

adriana.neneka@gmail.com

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