La escena quedará grabada para la historia. En Palacio Nacional, durante su Mañanera del 23 de febrero de 2024, Andrés Manuel López Obrador declara: “Mi dignidad y mi autoridad moral como Presidente están por encima de la ley”. Los reflectores están en el jefe del Ejecutivo, pero si giramos el foco hacia Jésica Zermeño, su interlocutora, la reportera, hay una lección periodística que merece registrarse.
La corresponsal de Univisión en México es premio Emmy 2015 por su participación como productora en el programa La Masacre de Iguala, que documentó la desaparición de 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa. Frente a López Obrador plantea, sin rodeos, preguntas directas y contundentes. Nunca en el duro diálogo con él, deja de mirarle a los ojos. Con voz clara y firme le cuestiona por qué dio a conocer el número telefónico de otra reportera, Natalie Kitroeff, jefa de corresponsales del New York Times, en un país donde han muerto asesinados 43 periodistas durante su sexenio.
No citaré los ataques verbales a Jésica Zermeño, el tono del Presidente, desarmado, queriendo descalificarla junto a toda la prensa crítica. Ella, en cambio, con aplomo y serenidad inquiere: “¿Por qué lo hizo?” Y mientras el hombre más poderoso de este país eleva el tono de voz y pierde el control, la reportera se sostiene, respetuosa, con preguntas como estas: ¿No cree que fue un error...? ¿Lo volvería a hacer...? El teléfono que dio a conocer es el teléfono personal ¿y si le pasa algo...? ¿Volvería a mostrar el teléfono de un periodista...? Pero eso la pone en riesgo a ella. Cualquiera la puede amenazar … Si le pasa algo ¿a quién hacemos responsable...? Hay una ley que impide esto en este país, señor Presidente… ¿Qué hacemos con la Ley de Transparencia? Usted me está diciendo que no importa lo que diga La Ley de Protección de Datos Personales. “Por encima de eso está la libertad”, soltó el Presidente de cuya oficina salieron hackeados recientemente los datos personales de 263 periodistas que cubren sus conferencias.
Jésica insiste ante López Obrador acerca de la vulnerabilidad en la que el dato del celular proyectado en una pantalla deja a la corresponsal del NYT. Él responde: “No exageres… no pasa nada”. Pero en las sentencias que pronuncia contra periodistas y medios de comunicación cada mañana pasa por alto que cada 13 horas hay en este país alguna agresión a la prensa, que a Ciro Gómez Leyva lo intentaron matar, que 33 mujeres periodistas y defensoras de derechos humanos en México fueron víctimas de feminicidio y 23 sufrieron tentativas de asesinato entre 2020 y 2023, según la Red Nacional de Defensoras de Derechos Humanos en México. La misma organización detalla que en estos tres años se han registrado hasta 6 mil 870 agresiones diversas a mujeres dedicadas a estas actividades. Y que es éste el país con mayor número de periodistas desparecidos.
Nayeli Roldán, de Animal Político, tuiteó que “sin ley, viviríamos en la barbarie” y recordó que desde el 2000 van 163 comunicadores asesinados. Ella misma encaró al Presidente en una Mañanera en marzo de 2023 acerca de las labores de espionaje de la Sedena que documentó ahí mismo. Y soportó, con estoica dignidad, las acusaciones del Presidente de estar “al servicio de la oligarquía”. Igual que Dolía Estévez y muchas más, esta reportera, premio María Moors Cabot, se solidarizó con Jésica Zermeño. Porque ningún periodista debería ser agredido por sus preguntas.
A pesar de todo, estas valientes reporteras me recuerdan a Terri Tempest Williams: “En una comunidad que alza la voz todas floreceremos”.