Hablábamos de Rafael Cauduro sin saber que ese día el artista, el virtuoso dibujante, el gran muralista contemporáneo de México, cerraba sus ojos para siempre. Alberto Ruy Sánchez, que participó en la presentación de Intimidades, la coautora y fotógrafa del libro, Christa Cowrie, el editor Alejandro Toussaint y quienes nos acompañaron desde el público en la FIL de Guadalajara, son testigos. Por la noche, de vuelta al hotel, la noticia de su muerte nos sacudió tanto como su pintura y su historia con Carla Hernández.

Y es que junto a la mano de Cauduro estuvo siempre la mano artística de Carla, su compañera de vida muchos años, su cómplice creativa siempre. ¿Alguien sabe de ella y de su presencia en la pintura del maestro? Había que indagarlo y los entrevistamos para un libro que explora la creatividad en pareja.

Con Carla nos sentamos toda una tarde a escucharla en su casa de Cuernavaca. Vimos la belleza de su rostro, plasmado en tantas obras de Cauduro. Sus esculturas a nuestro alrededor —que parecen rendirle homenaje a H.P Lovecraft, su escritor favorito en la juventud— eran testigos mudos de un testimonio que va mucho más allá del arte. Porque estuvieron casados, pero después del divorcio siguieron pintando juntos, aunque tenían que ir a terapia para poder hacerlo. Él ya se había casado de nuevo y tenía dos hijas, pero era tal su confianza en Carla, que le delegaba la administración de su casa, las finanzas, los trámites, las relaciones públicas… ¿Por qué lo hacía ella? “Como le dije al psicoanalista: para quitarle esa bronca, para que no tenga estrés y se dedique a pintar. También le organizo el equipo de trabajo, capacito a la gente, al herrero, al carpintero…”, nos contó.

“Un día le dije que podía ayudarlo a pintar, conozco bien sus paletas (…) me dejó hacerlo, salió del estudio y al regresar, no podía creerlo: ‘¡Carla!’, estaba sorprendidísimo: ‘¡Esta piel tiene cuatrocientos de calificación!’ Y ya empecé a pintar con él, que si la sábana que toma muchas horas, que si la cobija, que si el personaje…” Las texturas: “Él me daba sus diseños y yo me llevaba el cuadro a mi casa, se lo regresaba y entonces él continuaba (…)” Y así realizaron cada proyecto hasta pintar juntos los murales de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, su obra maestra.

Carla nos contó una historia que recuerda a Camille Claudel y a Rodin. Una obra a cuatro manos… y el justo reconocimiento para ella, que no llega.

Cauduro moría mientras citábamos a Carla: “Por muchos años yo me veía fuera de la obra de Rafael, pero con una admiración absoluta. Casi puedo decirles que yo he estado enamorada del quehacer del artista y no del hombre. Yo los separé. El artista es un foco de luz, como un ánima y está de un lado. Del otro está el hombre y hay muchas cosas de él que no me gustan en lo más mínimo. En cambio, el artista es sublime. Yo no creo en Dios, pero si existiera esto sería, o esto es, lo que fluye en sus manos, su creatividad, cómo va sacando todo, cómo se pone a dibujar. Sus manos son impresionantes, cómo fluyen, como si una voz del más allá les hablara y fluyen, como tú y yo respiramos, así, sin un esfuerzo, es impresionante. Es una energía sobrenatural, a eso le dicen ahora energía creativa. Yo no sé, verlo pintar, es como cuando sentí por primera vez copos de nieve encima de mi abrigo y me puse a llorar de felicidad. Te dan una felicidad impresionante. Eso siento cada vez que Rafael crea algo nuevo”.

Carla murió en 2016 sin saber que estas palabras suyas se dirían en voz alta mientras el sábado 3 de diciembre Cauduro emprendía su camino hacia un nuevo reencuentro.

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