Rafael Cauduro es uno de los artistas visuales más talentosos y de mayor fuerza en la historia del arte contemporáneo mexicano. Cumple 50 años de trayectoria, que se celebran con la gran retrospectiva Un Cauduro es un Cauduro (es un Cauduro), en San Ildefonso, un homenaje de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y un libro de arte, a la altura de su obra, editado por Trilce.
Rafael Cauduro estudió arquitectura y diseño industrial, lo que le dio múltiples recursos para jugar con los espacios, las dimensiones pictóricas que sean y el arte público de una manera tan novedosa como única. De frente y detrás de su obra está la mano de un dibujante prodigioso que también fue excelente caricaturista. Dentro de su generación, posterior al movimiento denominado Ruptura que se rebeló frente a la Escuela Mexicana de Pintura, es un caso muy particular que no formó parte de grupo alguno y desarrolló su oficio de forma autodidacta a la par de una formación intelectual y cultural intensa y una erudición en historia del arte sin despreciar lenguajes populares como el del cartel publicitario, el arte callejero y la historieta.
Lejos de caer en la tentadora complacencia visual, el virtuosismo de Cauduro se adentra en capas más profundas y perturbadoras de la existencia humana. Y si bien tuvo un éxito casi inmediato en México y el extranjero desde fines de los años 70, ha realizado una obra más dirigida a la conmoción profunda del espectador que a la fascinación instantánea del arte comercial. Como me dijo en una entrevista, su afán consiste en “buscar la verdad haciendo buenas mentiras”. Es decir, antes que convencer, le importa pervertir, en el sentido de que una obra lleve a quien la mira a ser otro o a ver la vida de una manera distinta. Si el arte que convence se explica con palabras, el arte que pervierte está en las emociones.
Ha hecho importantes aportaciones en la pintura de caballete o en la de grandes dimensiones, el dibujo, la intervención arquitectónica o el mural en espacios públicos. En cualquier soporte provoca una revalorización de la pintura, de la figuración y del arte narrativo con una nueva poética. Pero es en su forma inédita de hacer muralismo que Rafael Cauduro hace su más asombrosa aportación. No decora muros ni hace una épica pedagógica de acontecimientos históricos; inventa espacios pluridimensionales, crea nuevas perspectivas y ofrece al espectador diferentes formas de percepción. Con la idea de crear una sintaxis con los más diversos e insólitos materiales y texturas, juega con tonos, colores, transparencias y polvos que convierte en instrumentos de expresión casi mágicos. Explora la condición humana con todo y sus miserias, dolores y patologías, pero también con todo el erotismo, la sensualidad y la belleza posibles. Y aborda el deterioro tanto de los materiales como del espíritu y el cuerpo humano, sin piedad y con maestría.
Lo vi pintar, con su colaboradora Carla Hernández, la obra mural Los siete crímenes mayores para la Suprema Corte de Justicia de la Nación en 2008. Se trata de una extensión de la realidad en manos de un pincel que le da dimensión estética a la violencia, la impunidad y a la injusticia. Y a esos otros “crímenes institucionales” como la burocracia y la ineficiencia judicial. La obra sigue vigente en un espacio donde la libertad artística pudo más que la censura o el miedo cuando los ministros aceptaron un proyecto como el de Cauduro. Que, como José Clemente Orozco en el mismo edificio, aborda el tema de la injusticia como el gran pendiente de nuestro país. Y el de los obstáculos de la justicia como todo lo que debe de erradicarse.
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