Mientras escribo leo sobre el asesinato de cuatro jóvenes estudiantes en Zacatecas. Y de Valeria, que iba con el mismo grupo y está desaparecida. México sumó 33 masacres ejecutadas con suma crueldad en un mes y medio en seis estados. Cinco periodistas y un editor fueron abatidos en ese lapso. Informarse en México implica una inmersión al horror. Imaginarse el dolor de madres y padres, parejas, amistades, colegas y huérfanos. Vivimos un duelo permanente en medio de un entorno social enfermo.
Ante un presente así y cuando asomarse al mundo implica encontrarse con la amenaza de una guerra en plena pandemia, el sufrimiento de cientos de miles de migrantes, la emergencia climática… ¿podemos imaginar futuros posibles? Confío más en quienes buscan respuestas con la creatividad y la imaginación que en aquellos que prometen desde el poder político. Por ejemplo, Adrienne Maree Brown. En su ensayo “Pensamientos impensables” plantea que como especie “vivimos en estado de fatiga apocalíptica”, agotados por las circunstancias que nos rodean, la muerte, el dolor y la idea de que todo tal y como lo conocemos tiene que cambiar. En el fondo, advierte, estamos aterrados “tambaleándonos en la era de la desesperanza”.
Llega a mis manos el libro No nos cancelaremos, y otros sueños de justicia transformativa de esta autora feminista estadounidense. Se presenta: “Negra, birracial, una queer gorda sobreviviente, bruja, mediadora y facilitadora de movimientos. Estudiante de la complejidad (…) del cambio y de cómo los grupos cambian juntos, se cambian a sí mismos y cambian al mundo”. La justicia transformativa “sucede en la escala comunitaria”, asegura.
Acerca de la cancelación dice: “El castigo más violento para una especie interconectada como la humana es la remoción de su comunidad”.
Brown ofrece caminos para la gente sin poder que ha sido dañada por el abuso (que se magnifica en redes). Una vez reconocidos el miedo y la ira, el discernimiento toma su lugar y, dentro de los movimientos sociales, puede significar una liberación colectiva. Pero el proceso requiere rigor, desaprender sistemas, conductas y creencias que causan daño, como la normalización de la violencia, el juicio instantáneo, el escarnio público, el pensamiento binario (buenos y malos, víctimas y villanos…); la obsesión por el castigo sin la reparación del daño; la supremacía racial, de género, de clase, de fama, de edad... Y manejo del lenguaje y la energía: “Ser ruidoso es diferente que ser íntegro, ser escuchado es diferente a ser atendido, confortado, sanado. Ser ruidoso es diferente a ser justo. Ser capaz de destruir es diferente a ser capaz de generar un futuro en donde el daño no esté sucediendo alrededor nuestro todo el tiempo”.
La autora apunta a la responsabilidad personal y colectiva. “Transformarnos para transformar el mundo”. Propone aprender de la naturaleza para moverse siempre hacia la vida, inundar el sistema entero de principios y prácticas de afirmación de vida (al contrario de los gobiernos que empujaron a sus países hacia la muerte durante la pandemia o los negacionistas del cambio climático) y transformar los sistemas tóxicos en sistemas que nos sostengan y permitan que sanemos.
En el capítulo que da nombre a su libro, entre el ensayo y la poesía, Maree Brown asegura: “No nos cancelaremos, pero tenemos que ganarnos nuestro lugar en esta tierra. Nunca es tarde”. Y concluye: “Cada uno de nosotros es precioso. Juntos debemos romper cada ciclo que nos hace olvidarlo”.
adriana.neneka@gmail