Murió el 15 de agosto pasado. Maricela Ayala Falcón dice adiós después de 50 años de diálogo con el universo de los glifos y deja al mundo la voz de los antiguos mayas.

Un momento luminoso en su brillante trayectoria tiene lugar durante el tercer Congreso Internacional de Mayistas en 1995. Los textos que escribieron los mayas de la época clásica, grabados en piedras, códices, vasijas, dinteles, estelas y tableros eran el centro de una discusión histórica entre los grandes epigrafistas. Yuri Knorosov, Linda Schele, Victoria Bricker y Nicolás Hopkins debatían, bajo el calor abrasante de Chetumal, sobre sus diferencias en torno al desciframiento de la escritura maya.

Pero antes, la pionera de la epigrafía en México, Maricela Ayala, abría el Congreso con una conferencia magistral, “Toniná a través de sus escritores”, que mantuvo inmóviles a cientos de mayistas de todo el mundo mientras leía la historia de los habitantes de Toniná en Ocosingo, Chiapas, de acuerdo con su propia escritura. Era el primer trabajo de esta naturaleza realizado por un epigrafista mexicano, donde el pasado prehispánico, descifrado a partir de las inscripciones, las piedras, los monumentos, las esculturas y las estelas le dio vuelta a la versión oficial y le regaló una aportación definitiva a la historia de la cultura maya. Escuché ese día a la doctora:

“Los mayas no desaparecieron, no se evaporaron, ahí están y continúan tratando de ser independientes. Los mayas de Ocosingo se alimentan desde la época prehispánica de la sangre de la Ceiba que sigue corriendo por sus venas y así continuarán.”

Por primera vez, una investigadora de este país demostraba los alcances de la lectura de los textos. La autora de El bulto ritual del mundo perdido, discípula de Alberto Ruz en la UNAM y de Linda Schele en la Universidad de Austin, maestra de varias generaciones, decana del Centro de Estudios Mayas (CEM) del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM y Premio Universidad Nacional 2014 fue, con su labor docente, publicaciones y dirección de tesis, quien fundó los estudios de epigrafía maya en México, me dice su destacado alumno Erik Velásquez.

En junio de 1997 abordé a la historiadora en el Museo Nacional de Antropología, donde se conmemoraba el 45 aniversario del descubrimiento de Pakal en el Templo de las Inscripciones y el tercero de la tumba del Templo XIII, en apariencia carente de escrituras. Lo asombroso es que Ayala supo interpretar el silencio de la cripta funeraria de la Reina Roja para ofrecer una hipótesis sobre el manejo del poder en Palenque.

“Las inscripciones nos han permitido identificar a los gobernantes mayas, y en la tumba del Templo XIII, no hay una sola. Ya lo he dicho antes: es curioso que la historia de Palenque se escriba a partir de Pakal, cuando mucho antes ya había escritura. Mi impresión es que Pakal mandó borrar la historia para rescribirla él. En el sarcófago y en el Tablero de la Cruz donde se narra la historia del linaje, tanto Pakal como su hijo sucesor al trono Chan Bahlum, se remontan a épocas tempranas, detallan fechas de nacimiento, de entronización hasta de doce gobernantes anteriores, es decir, tenían sus fuentes, pero quizá por alguna razón no les convenían y las borraron para dar su versión.

“Igual hicieron los mexicas cuando mandaron desaparecer todos los códices anteriores a ellos, porque su rostro no figuraba. Es terrible, pero así es: quitas aquello donde no estás, si ese pasado no refleja la gloria que tú quieres.”

Qué poco hemos cambiado. Maricela Ayala merece un gran homenaje.

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