Malintzin es una de las mujeres más controvertidas, fascinantes y complejas en la historia de México. Pero han tenido que pasar muchos años para que su figura sea explorada sin el sello de traidora que la marcó durante siglos. Encerrada en la jaula del estigma, la madre del mestizaje requería de cómplices para liberarla y darle voz.

La escritora, poeta y traductora Kyra Galván escribe una novela que le abre la jaula para salir a contar su propia historia: La visión de Malintzin (Penguin Random House), donde la convierte en narradora. Se trata de un texto que fluye sin que se perciban los andamios que lo sostienen: la exhaustiva investigación y el conocimiento que adquirió la autora sobre la época para poder viajar en el tiempo, ponerse en los zapatos de hombres y mujeres de hace 500 años y adentrarse en la mentalidad de dos culturas y modos de vivir el mundo y de nombrarlo totalmente diferentes. Geney Beltrán ubica este relato entre Visión de los vencidos, de Miguel León-Portilla, y las crónicas de los conquistadores españoles.

Malintzin cuenta su vida y lo que vio y hace revelaciones asombrosas. Entregada por su madre a mercaderes y convertida en esclava desde niña, un día definitivo decide correr el riesgo y se une, astutamente, porque no había sido elegida, al grupo de esclavas que sus amos reparten entre los recién llegados teules. Desde ese instante, aquella joven que había sido violada desde chica es una mujer que decide. Y ese gesto cambia la historia. Porque sigue el impulso de la libertad: “(…) y quise ser jaguar por los montes, colibrí por los aires, agua de río que corre sin obstáculos, salvaje y decidida”.

Malintzin descubre el poder de la palabra, el que le da el dominio de las lenguas, en este caso el náhuatl y el maya, para incidir en los otros y en el destino del mundo que la rodea. Se hace traductora e intérprete, pero también mediadora, diplomática, espía, intermediaria y concubina de Hernán Cortés.

“A mí, que en mi vida anterior no me dejaban opinar, que el habla me había sido arrebatada y sólo me quedaba bajar la vista ante el amo, ahora se me daba la palabra, la dádiva más preciada, porque el que habla es escuchado, porque la palabra tiene un vestido de poder (…) Estaba por primera vez en el centro, era visible, aunque también, quizá, sería el mensajero maldito. Los hombres (…) bajaron la vista ante mi presencia, y yo tenía poder sobre ellos mediante mi lengua. Esa lengua que podía moverse como las alas de un colibrí y sentir placer por primera vez. Podía apaciguar, podía azuzar…”

Lo suyo iba más allá de la lengua. Se trataba de traducir dos mundos. Es una protagonista del sincretismo en un proceso que tendrá su máxima expresión en el mestizaje, cuando nace su hijo Martín Cortés. Los frailes se refieren a ella como la primera evangelista de estas tierras. Pero también es una mujer que se duele ante el despojo, la violencia, el engaño, la destrucción de la gran Tenochtitlán, el sufrimiento indígena y la muerte o la renuncia, como ella dice, de sus dioses. Al mismo tiempo, goza del erotismo, del poder y la riqueza. Y se debate por dentro una y otra vez. También se rebela. El sexo, como su don de lenguas, y su inteligencia extraordinaria le dan poder sobre el conquistador.

La vida, dice Malintzin, “era una ilusión pasajera”. Como esta novela cargada de poesía. Una ilusión pasajera que deja huellas de tinta color lila en la construcción en curso de una historia en voz de los vencidos. Y de las mujeres.

adriana.neneka@gmail.com

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