Es jueves 23 de mayo y el escenario es desolador. Junto con un grupo de ambientalistas y arqueólogos recorro el Tramo 5 Sur del Tren Maya. Aquí no se escuchan aves sino máquinas; donde había 10 millones de árboles, hay kilómetros de estructuras gigantescas de concreto; sobre huellas de la vida maya, se alzan pirámides de balastro y las cuevas están sepultadas junto con sus ríos subterráneos, sus estalactitas, sus vestigios arqueológicos y paleontológicos.
Mientras visitamos el tramo (que va de Playa del Carmen a Tulum y cuyo trazo se desvió de la carretera 307 al interior de la selva para satisfacer a los hoteleros), el presidente López Obrador declara que no puede quedarse de brazos cruzados ante el ecocidio provocado por la minera Calica. Pero la devastación por el Tren Maya en esta zona equivale a 10 Calicas y es obra del Estado. Lo que a la naturaleza y sus habitantes les llevó millones de años para convertirse en uno de los ecosistemas más ricos y diversos del planeta, quedó arrasado en poco tiempo desde que se emprendió este megaproyecto presidencial a cargo del Ejército. Ambientalistas que interpusieron un amparo lograron que un juez otorgara la suspensión definitiva de las obras en el Tramo 5 Sur. Pero nada se detuvo.
Se decretó como prioridad nacional un proyecto que, en plena emergencia climática, le dará la última estocada a uno de los pocos ecosistemas saludables que nos quedan. Más bien ¿no sería una verdadera prioridad nacional cuidar el sistema hídrico más importante del país y no destruirlo?
Me invitan a participar en la mesa “Región Maya: Problemas culturales y socioambientales”, organizada en Playa del Carmen por el Seminario que coordina Bolfy Cottom (en la Dirección de Estudios Históricos del INAH) y por el colectivo Sélvame del Tren, el 24 de mayo. Un día antes, recorremos el tramo para visitar cavernas y ríos subterráneos con sus vestigios. Pero “Dama Blanca”, “Avispa enojada” y “La casa de las tortugas” han sido sepultadas. Imposible ya el acceso a estas cuevas, no solo de gran belleza por sus aguas cristalinas, sino importantes como ecosistemas y depositarios del legado de los mayas y del acuífero que abastece a toda la Península de Yucatán. Un tren les pasará por encima, igual que a todos los mexicanos. Ya ni los jaguares y demás fauna silvestre podrán beber agua en sus cenotes. Tampoco podrán cruzar de un lado a otro de la selva, porque no hay pasos de fauna bien hechos ni suficientes y, además, se cercó su paso habitual con una malla.
Los ambientalistas, el buzo Pepe “Tiburón” Urbina, y Roberto Rojo, biólogo y espeleólogo, miran azorados la destrucción de un paraíso que los integrantes de Sélvame del Tren ha explorado y defendido con pasión. Del INAH, Bolfy Cottom, Fernando Cortés de Brasdefer y Juan Manuel Sandoval observan sin dar crédito restos arqueológicos aislados de su contexto, con una reja y un candado. El periodista Wilberth Esquivel llora de rabia mientras registra el desastre para su canal en YouTube.
El Tren Maya es ilegal por donde se mire: ha violado los amparos, las leyes ambientales, las de los derechos humanos y compromisos internacionales. Si desde arriba el gobierno incumple la ley impunemente, ¿por qué no los futuros desarrolladores que ya se reparten la selva aledaña al Tren?
Para Sélvame del Tren queda concientizar a la sociedad y proteger lo que queda ante miles de proyectos inmobiliarios en camino; luchar por resarcir el daño y que se sancione penalmente a los responsables de este ecocidio. Lo exigirán.
¿Qué hará con el Tren quien gane la Presidencia el 2 de junio?