En la historia de las opacidades, el manejo de la Colección Gelman tiene un lugar especial. Ni Natasha ni Jacques Gelman imaginaron que el valioso acervo de arte mexicano moderno y contemporáneo que decidieron heredar a México para que se exhibiera de manera permanente en un museo terminaría desintegrado y algunas de sus obras maestras como oferta al mejor postor en la Casa Sotheby´s de Nueva York.
El legado de más de 300 obras integra un siglo de lo mejor de la producción artística en México. Piezas de Frida Kahlo, Diego Rivera, Carlos Mérida, Rufino Tamayo, José Clemente Orozco, Siqueiros, Gunter Gerzso, Ángel Zárraga, María Izquierdo, Miguel Covarrubias, Juan Soriano, Wolfgang Paalen, Orozco Romero, Mathías Goeritz, Sergio Hernández… que formaban parte de un guion museográfico genial del siglo XX al XXI, podrían tomar camino por separado luego de venderse.
Acudí muchas veces al Museo Muros, que abrió sus puertas en mayo de 2004 en un recinto construido y equipado exprofeso en Cuernavaca, Morelos. Tras la demolición del Casino de la Selva para levantar un espacio comercial, Costco-Comercial Mexicana buscaba reivindicarse y adquirió en comodato por cinco años el extraordinario acervo. Luego de cuatro años viajando por el mundo, después de la muerte de sus dueños, por fin hallaba casa en la ciudad que la pareja Gelman eligió para vivir. Seis meses antes de que concluyera el convenio, Robert Littman, albacea de la colección, retiró las obras debido a un litigio con supuestos herederos del acervo. Y ya no se supo más.
Ante la subasta de unas 36 piezas de la colección en Sotheby´s, se levantaron muchas voces en contra. Y es que entre las obras en venta las hay de Diego Rivera, Frida Kahlo, María Izquierdo, David Alfaro Siqueiros, que tienen declaratoria de Monumento Artístico y está prohibida su exportación definitiva.
Gracias a Gerardo Estrada, director del INBAL de 1992 a 2000, quien participó activamente en la protección del legado para conservarse en el Museo Muros, sabemos que la colección se ofreció, en algún momento, al gobierno de México en 200 millones de dólares. Gracias a rumores en el medio, se supone que el acervo, o parte de él, se vendió a un coleccionista de Monterrey (por una cantidad similar) que ahora las pone en subasta. Gracias a las instancias culturales responsables de velar por el patrimonio artístico, ignoramos casi todo porque sólo hasta un día antes de la subasta se pronunció para solicitarle a Sotheby´s el retiro de piezas catalogadas como patrimonio.
El gobierno mexicano tuvo mucho tiempo, décadas, desde que Natasha Gelman firmó su testamento (1993), para negociar la permanencia del legado en nuestro país, ofrecer garantías de conservación en un espacio seguro, diseñar un plan de divulgación y acceso al público, idear cómo y con quiénes lograr un proyecto sostenible. Pero las políticas públicas a largo plazo no existen y ni los gobiernos panistas, priístas o morenistas tuvieron la sensibilidad para valorar una colección como ésta. El entusiasmo oficial por el retorno de piezas arqueológicas desde el extranjero es inexistente hacia el arte moderno y contemporáneo.
Además de la opacidad y la desatención alrededor del destino del acervo desde 2008 ¿qué esperar de un gobierno que propone reducir casi el 30% a la cultura en 2025?
En el catálogo de Muros donde la Colección Gelman “tendrá su sede permanente” Littman escribió: “Este es, pues, el feliz desenlace de la historia de esta errante colección”. Parece que ese final cambió y el nuevo se escribe ahora mismo en el mercado.