A 500 años de la Noche Triste y todavía sin un justo lugar en la historia oficial o en la enseñanza escolar, brota en la tradición oral, con luz propia, la memoria de Tecuichpo, la última princesa mexica, Señora de Anáhuac.

Su nombre Tecuichpo Ixcaxóchitl (1509-1550) proviene del náhuatl Tecutli (el gobernante), Ichpo (hija de), mientras que Izcaxóchitl o Iztaxóchitl (alternativamente) viene de Izta (blanca) y Xóchitl (flor). De ahí que “Blanca” sea un nombre de gran simbolismo en la descendencia de los Moctezuma.

Tecuichpo nace de Moctezuma II y de su esposa Tezalco (hija del Señor de Azcapotzalco) y, según la versión familiar, a ella preparaban para gobernar el imperio azteca antes de la llegada de los españoles. Cuando el tlatoani se entrevista con Cortés y funge Malitzin como traductora, muchas palabras en náhuatl no tienen equivalente literal al español y al mencionar el emperador su gran “tesoro” se refiere a Tecuichpo, pero el conquistador, obsesionado, piensa que se trata de oro.

Cuenta esta versión Blanca Barragán Moctezuma, descendiente del emperador (decimoquinta generación), quien heredó de su abuela Esperanza Carrillo de Albornoz Cano Moctezuma “el secreto” que oralmente se transmite de generación en generación. Investiga, desde hace 30 años, la historia de “Flor de algodón”, Tecuichpo, “el verdadero tesoro”.

En México, los historiadores han debatido si el penacho formó parte de los primeros envíos de Hernán Cortés a Carlos V en el conjunto que tradicionalmente se ha llamado “Tesoro de Moctezuma” documentado en las Cartas de Relación. Las opiniones se dividen en cuanto a que si esta joya de arte plumario salió como “regalo” del tlatoani o fue en realidad un tributo producto del primer acto de sumisión del imperio mexica ante el terror desplegado por los conquistadores.

Según la familia de Blanca, ya habían dado muerte a Moctezuma cuando Hernán Cortés saquea el palacio de Axayácatl y roba los aposentos, el penacho, el banderín y el escudo de armas del emperador. Cuando acontece la “noche triste” y los españoles son vencidos, los mexicas, en manos de Cacamatzin, rescatan el penacho y luego a Tecuichpo, a quien Cortés llevaba en calidad de prisionera. Cuitláhuac es ungido como tlatoani, le ponen el penacho y se casa con la todavía niña Tecuichpo, pero muere a los 90 días víctima de la viruela y Cuauhtémoc no sólo hereda el cargo de tlatoani, sino que se casa, enamorado, con la joven viuda. Un año después, los españoles cercan Tenochtitlan. Cuauhtémoc se va a la zona de Xochimilco y Chalco para defender la ciudad, pero es descubierto junto a Tecuichpo en una canoa. Según Bernal Díaz del Castillo, llevaba su penacho puesto.

Viuda, poderosa por su linaje y dueña de ricas tierras, Tecuichpo queda en manos de Cortés, quien la bautiza “Isabel”. De la violación, nace Leonor; después la ofrece a Alonso de Grado, luego a Pedro Gallego de Andrade y cuando éste muere, la princesa se casa por voluntad propia con Juan Cano de Saavedra, un español de Cáceres con quien, según testimonios orales y escritos, vive feliz y procrea cinco hijos.

Fundadora del Hospital de San Juan de Dios (hoy museo Franz Mayer), donde daba asilo a los indios, a Tecuichpo se le cita en múltiples fuentes documentales por su belleza, su bondad y su inteligencia como mediadora que “puso término a muchas dificultades entre españoles e indios”, según Artemio del Valle Arizpe.

Su testamento, cuyo original se encontró en 1996 en el Archivo General de la Nación, está fechado el 11 de julio de 1550 y es un primer llamado a la abolición de la esclavitud: “Quiero y mando, y es mi voluntad, que todos los esclavos, indios e indias naturales de esta tierra, que el dicho Juan Cano mi marido e yo tenemos por nuestros propios, por la parte que a mí me toca sean libres de todos servicios, servidumbre y cautiverios, e como personas libres hagan de sí su voluntad, porque yo no los tengo como esclavos, y en caso de que lo sean, quiero y mando que sean libres”.

adriana.neneka@gmail.com

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