Las estrellas se mueven y se mueven en grupo, acompañadas, nos dicen los astrónomos. Y eso sucede todo el tiempo, aunque nuestros ojos no alcancen a percibirlo. Quizá en eso pensaba Vicente Rojo cuando diseñó una de sus últimas obras, Versión Celeste, un vitral del siglo XXI en Nacional Monte de Piedad, emblemático edificio en el Centro Histórico de la Ciudad de México, cuyo plafón en el patio central transformó en luz, cristal y color en movimiento.
El artista visual murió el 17 de marzo de 2021, pero su presencia por aquí cobra cada día más vida. Recientemente se inauguró en San Ildefonso su obra en memoria de Octavio Paz, una lápida escultórica para el nicho donde permanecerán las cenizas del poeta y Marie José Tramini, y una fuente en el Patio de Pasantes que alude al poema “Piedra de sol”. En octubre de 2020, el nuevo Museo Kaluz en la colonia Guerrero de esta ciudad abrió sus puertas con un mural suyo: Jardín urbano. Y muy poco antes, en 2019, se presentó al público Versión Celeste.
Visité hace unos días Nacional Monte de Piedad para conocer el vitral en este sitio lleno de historia a un costado de la Catedral Metropolitana. Fue residencia de Moctezuma II y después casa de Hernán Cortés. Recientemente se descubrieron en el subsuelo restos del Palacio de Axayácatl. Y, más cerca de nosotros, ya con la vocación con la que Pedro Romero de Terreros fundó la institución en 1775, se sabe que Gabriel García Márquez empeñó aquí un coche, una licuadora, una secadora y un calentador para poder dedicarse a Cien años de soledad y que volvió después con algunas joyas de su esposa Mercedes para poder enviar su manuscrito al editor en Argentina.
Vicente Rojo, quien diseñara la portada de aquella novela del Nobel de Literatura, llegó a la Casa Matriz de Monte de Piedad invitado por el responsable de la restauración del sitio, Armando Chávez. Este arquitecto, que inició en 2013 la titánica labor —porque no sólo es un edificio sino un complejo de 12 inmuebles interconectados—, conoce cada centímetro del espacio donde ha realizado el que es, quizá, el trabajo más importante de su trayectoria. Con él llegamos al patio central del edificio y miramos hacia arriba. Como lo hizo un día Vicente Rojo cuando aceptó el reto y decidió que toda esa gente que acude a este lugar para empeñar sus pertenencias como último recurso para subsistir, también habría que echar la cabeza hacia atrás, mirar el vitral y sentirse reconfortada, según narra su compañera de vida, Bárbara Jacobs.
Versión celeste, a 15 metros de altura, ilumina sin sombras todo el espacio y crea una atmósfera de continuidad. Rojo promueve más la contemplación que un espectáculo lumínico. La idea era crear un cielo en movimiento, una bóveda celeste de formas geométricas hecha de aluminio, luz y cristal. Luces tenues y transiciones sutiles. Una estructura compuesta por 275 cubos de 75 x 75 centímetros cada uno, dispuestos en dos niveles, con un sistema de luces controlado por un programa computarizado. Es, a decir del arquitecto en iluminación Gustavo Avilés, “uno de los vitrales más complejos que haya visto en términos de tecnología”. Junto con él y un equipo de trabajo integrado por Armando Chávez, Karla León y Vicente Rojo Cama, el artista vio su vitral (o “ajedrez”, como él le llamaba) encendido por primera vez en 2018.
El maestro Vicente Rojo falleció hace un año, pero dejó, como las estrellas al morir, una estela luminosa que nos alumbra con terquedad infinita.
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