En el librero conservo con especial curiosidad la Enciclopedia de las cosas que nunca existieron, de Michael Page y Robert Ingpen, “una puerta al mundo de la imaginación para amantes de la fantasía de todas las edades”. El pasado domingo la recordé luego de ver esa especie de gran Mañanera que tuvo lugar en el Zócalo de la Ciudad de México con el último informe presidencial de Andrés Manuel López Obrador.

En la enciclopedia habitan criaturas cosmogónicas: Cronos, Ícaro y Dédalo, las diosas del Amor y la Sabiduría, las musas, Osiris, Quetzalcóatl… Las del suelo y el subsuelo: centauros, ninfas, elfos… Paisajes imaginarios como el imperio perdido de la Atlántida, las Minas del Rey Salomón, la Isla del Tesoro o Utopía… Las que viven en el mundo de la magia, la ciencia y la invención, es decir, alquimistas, la criatura de Frankenstein, las máquinas del tiempo, el elixir del olvido… Aquellas que aparecen en el agua, el cielo y el aire, como las sirenas, los argonautas, Moby Dick, los barcos fantasma, los caballos voladores … O las que pertenecen a la noche y emergen cuando el sol se oculta.

El informe de AMLO revela que también hay una enciclopedia oficial de las cosas que nunca existieron. Ahí fueron a dar las madres buscadoras que siguen esperando un diálogo con el Presidente y los colectivos tras la huella de 100 mil desaparecidos en este país. Son inexistentes los argumentos de miles de estudiantes de Derecho, de universidades públicas y privadas, que recorrieron las calles el domingo contra la reforma judicial. Llenan páginas de la inexistencia las víctimas de feminicidios y sus familiares, los desplazados por la violencia y las víctimas del crimen organizado que esperan justicia; los damnificados por las inundaciones que en Chalco llevan un mes bajo aguas negras… las infancias que se esconden de balaceras en Chiapas, Michoacán, Guerrero… La crisis del agua, el cambio climático y el compromiso de reducir la quema de combustibles fósiles tampoco existen.

Un capítulo más de las cosas que nunca existieron guarda la deforestación, el daño de las obras del Tren Maya a la selva, los cenotes, los ríos subterráneos y la vida silvestre denunciados por colectivos ambientalistas (que también son inexistentes). Por ahí ocultas también están las inspecciones ambientales al Tren Maya que la Consejería Jurídica del Ejecutivo decidió resguardar durante cinco años “por seguridad nacional”.

Igual que en el documental Tren Maya, nueva serie de Epigmenio Ibarra, no existen en la enciclopedia oficial comunidades ni ecosistemas fragmentados, sólo ingenieros y albañiles, arqueólogos entusiastas y empresarios felices de viajar en tren con el Presidente, como Carlos Slim (Carso), Bernardo Gómez (Televisa), José Miguel Bejos (Mota-Engil), Guadalupe Phillips (ICA), Daniel Chávez (Vidanta), Manuel Muñozcano (Indi), militares, funcionarios, gobernadoras y demás aliados del proyecto.

Tampoco existen para la 4T los periodistas críticos —son “adversarios”— pero sí aquellos “independientes” que acudieron el viernes pasado a Palacio Nacional a corear “Es un honor estar con Obrador”. Dejaron de existir los medios “públicos” para convertirse en medios del gobierno. Y pretenden enviar al mundo de lo inexistente a los órganos autónomos: INAI, IFT, CONEVAL, CRE, CNH y MEJOREDU.

La diferencia entre la enciclopedia del librero y la de Presidencia es que, si en la primera la fantasía ofrece nuevos ojos para mirar la realidad, en la de Presidencia lo que se pretende es borrarla, como una intrusa en medio del ensueño.

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