Jane Goodall tiene 87 años, recorre el mundo y mira la devastación que la humanidad ha ocasionado a la Tierra. Creció durante la Segunda Guerra Mundial, ha sido testigo de la Guerra Fría y la amenaza nuclear, de tragedias como el 9/11, del dolor de los refugiados, la crueldad de la pobreza… y el confinamiento por el Covid-19. Sabe de la ecoansiedad en los jóvenes por el calentamiento global. Compartió el duelo de los inuits por el deshielo del casquete polar en Groenlandia y el de pueblos de Panamá que tuvieron que abandonar sus islas por el aumento del nivel del mar… Pero ha visto mucho más y tiene mil historias que contar.

El libro de la esperanza (Océano 2021), reproduce los diálogos que Douglas Abramas sostuvo con Goodall durante meses. El escritor estadunidense conversa con esta ambientalista británica que va por el mundo creando conciencia y proyectos comunitarios para la recuperación de ecosistemas y modos de vida sostenibles. A estas alturas del cambio climático, la naturalista, como gusta denominarse, entiende la esperanza, lejos del optimismo pasivo, como algo que requiere acción y compromiso. Estamos a tiempo, el efecto acumulado de miles de acciones éticas puede ayudar a conservar el mundo para las generaciones futuras. “Millones de gotas hacen un océano”, dice.

Goodall expone cuatro razones para la esperanza: “El sorprendente intelecto humano; la resiliencia de la naturaleza; el poder de los jóvenes y el indomable espíritu humano”. No es un libro complaciente ni evade cuestiones como el ascenso creciente de líderes autoritarios al poder o la presencia del mal dentro de la especie humana. Para ella, nuestro embate contra la naturaleza no se debe a falta de inteligencia sino a falta de compasión por las generaciones futuras y por la salud del planeta, a la codicia que solo se concentra en los beneficios a corto plazo para multiplicar la riqueza y el poder de individuos, empresas y Estados. El resto se debe a la imprudencia, la falta de educación y la pobreza. Parece existir, advierte, “una desconexión entre nuestros cerebros astutos y nuestro corazón compasivo. La verdadera sabiduría requiere tanto de pensar con la cabeza como de comprender con nuestros corazones”. Las culturas indígenas tienen mucho que enseñarnos sobre su vínculo con la naturaleza y la conciencia de que “la Madre Tierra” es más inteligente que nosotros.

El libro está lleno de historias porque para ella llegan mejor al corazón que las cifras. Fascinantes aquellas que se refieren a la resiliencia, por ejemplo, de los bosques, cuyos árboles, según estudios recientes, se comunican a través de redes subterráneas. El caso del peral de flor que sobrevivió bajo los escombros del 9/11, se recató y hoy, herido en su tronco, no sólo da vida a hojas nuevas sino a los pájaros que anidan en sus ramas. Platica de fauna amenazada que ha vuelto como el lince ibérico, el lobo gris, el alce… y muchos más. Cada vez que los seres humanos le dan la oportunidad, la naturaleza regresa. Eso sí, los esfuerzos de conservación no pueden ser exitosos o sostenibles a menos que las comunidades locales se beneficien y se involucren.

Goodall también narra historias de héroes anónimos que luchan por la justicia ambiental y social, de niñas y niños educando a sus padres y maestros, de empresas que cambian debido a la presión de consumidores, de ciudadanos que votan por gobiernos más preocupados por el medio ambiente.

“¿Cuál será tu próxima aventura?” Responde Goodall: “Morir”. Y explica: “Bueno, cuando mueres o no hay nada, en cuyo caso está bien, o hay algo. Si lo hay, que es lo que creo, ¿qué mayor aventura que descubrir lo que es?”

adriana.neneka@gmail.com

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