Cada vez que veo o escucho a Donald Trump, y a los de su estirpe, me pregunto quién sembró qué en el cerebro de sus seguidores. De dónde viene el odio a los mexicanos, a los migrantes, a las mujeres. De dónde, el miedo a la diferencia. Un estudio reciente de PEN America nos acerca a una posible respuesta. Y está en la censura que en años recientes se ha recrudecido en escuelas y bibliotecas de Estados Unidos.

Esta organización con sede en Nueva York, que desde 1922 se dedica a la defensa de la libertad de expresión y los derechos humanos, documenta en un estudio reciente, publicado el pasado 23 de agosto, una gran ola legislativa en contra de la libertad lectora. Se trata de 400 iniciativas de ley que pretenden imponer mentalidades extremas en salones de clase y bibliotecas.

Entre decenas de testimonios de docentes y bibliotecarios que han perdido su trabajo o lo ejercen bajo la intimidación, destaco el caso de la maestra Kathryn Vaughan. Tuvo que desechar de su clase de arte a Frida Kahlo, Andy Warhol y Michel Basquiat desde que entró en vigor la Ley de Conceptos Prohibidos de Tennessee. Se trata de una ley mordaza educativa que prohibe la “inclusión o promoción” de conceptos relacionados con la raza y el sexo. Va acompañada de la orden HB 529, que indica que los padres de familia deben ser notificados 30 días antes de cualquier instrucción relacionada con “orientación sexual o identidad de género”. Atemorizada, esta maestra erradicó a Frida y a los demás, ante la amenaza de perder su trabajo. El arcoíris LGBTQ debía esfumarse de su materia.

Según PEN America, desde 2021 se han aprobado al menos 39 iniciativas de ley que han modificado los planes de estudio. Además de Tennessee, el reporte incluye testimonios de maestros y bibliotecarias en Oklahoma, Missouri o Georgia, donde Katie Rinderle perdió su trabajo después de leer el libro ilustrado My Shadow is purple con sus alumnos de quinto año a pesar de que ellos lo seleccionaron. O Melissa Tempel, despedida por tuitear que sus alumnos no podían cantar Rainbowland de Dolly Parton o a Miley Cyrus debido a las reglas de su escuela en Waukesha, Wisconsin, acerca de “materiales controvertidos”.

La censura a libros de Mark Twain, Toni Morrison, Walt Whitman o James Baldwin, dice Barack Obama en una carta reciente de apoyo a los bibliotecarios, “no es coincidencia”, se trata de autores de color, indígenas y miembros de la comunidad LGBTQ+. Advierte: “El mundo nos mira, si Estados Unidos (…) permite que ciertas voces e ideas sean silenciadas, ¿por qué otros países deberían hacer todo lo posible para protegerlas?”.

La Mellon Foundation, que preside Elizabeth Alexander —poeta, académica, dos veces finalista del premio Pulitzer, autora de 15 libros y de aquella Praise song for the day que se leyó en 2009 durante la toma de posesión de Obama— se pronuncia: “En todo el país, las prohibiciones de libros están impidiendo el acceso a un sólido intercambio de ideas en el aula, a los fondos de las bibliotecas, al conocimiento sobre nuestra historia colectiva y a las lecciones de nuestra compleja historia estadounidense. Maestros, catedráticos y bibliotecarios enfrentan restricciones cada vez mayores, y nuestra sociedad enfrenta oportunidades cada vez menores de estar plenamente informados, ser funcionales y mutuamente respetuosos”.

La Fundación convoca al debate “Lectura, poder y libertad” el 26 de septiembre, en línea. Por las ideas y la imaginación, la belleza, la complejidad y el poder de la justicia social en las artes, la cultura y las humanidades.

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