Si sabemos que México es un país megadiverso y que forma parte del selecto grupo de cinco naciones poseedoras del 70% de la diversidad mundial de especies. Si conocemos los factores que las impactan y amenazan, pero también las acciones necesarias para conservarlas. Y si podemos nombrar y cuantificar nuestra riqueza natural es gracias a que existe una Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio).
Hasta el jueves pasado, el doctor José Sarukhán encabezó la prestigiada institución que él mismo fundó en 1992. Para entender el peso de su presencia en la historia de la ecología en México y el de su ausencia en Conabio, cabe hacer un ejercicio de memoria.
Hace unos años, el doctor Exequiel Ezcurra me contó que la gesta de llevar el tema del medio ambiente a la agenda nacional la emprendieron tres ecólogos a mediados de la década de los 70. Ellos, me dijo el reconocido académico, sentaron las bases de la conservación en México.
El biólogo Arturo Gómez Pompa fue una de las primeras voces a nivel internacional en advertir, con un famoso artículo publicado en la revista Science en 1972, la destrucción de la selva tropical y el peligro de la extinción masiva de especies. Fundó en 1975 el Instituto de Investigaciones sobre Recursos Bióticos en Xalapa, Veracruz. Por su parte, el doctor Gonzalo Halffter emprendió las acciones pioneras hacia las primeras reservas nacionales de la biósfera en 1973 y fundó el Instituto de Ecología que dirigió de 1974 a 1982. Y el doctor José Sarukhán. Terminaba el doctorado y propiciaba en esos años una nueva escuela de ecología que cambió el manejo de los recursos naturales, de las selvas, los bosques y los ecosistemas. Fundó el departamento de Ecología de la UNAM y formó cuadros y ecólogos de varias generaciones que, como Julia Carabias, hoy son respetados a nivel mundial.
Según Ezcurra, con ellos se funda una escuela de conservación que no desplaza a las poblaciones originarias de las áreas protegidas, sino que las incorpora al manejo sustentable de los recursos naturales. La Unesco le llama “la modalidad mexicana”. En palabras de Halffter: “La conservación tiene que hacerse con y para la gente”.
Se trata de 40 años de un movimiento vibrante que ha generado instituciones como la Conabio, dedicada a estudiar y generar conocimiento científico y social sobre la biodiversidad de México; una secretaría para el medio ambiente, hoy Semarnat, que impulsó Julia Carabias en 1994; la Profepa y la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas. Han enfrentado vaivenes sexenales, presiones, recortes presupuestales, intereses económicos voraces. Integran una red de profesionales que, como Sarukhán y su estirpe, velan por la salud de la vida y los ecosistemas.
Incapaz de entenderlo, el gobierno de la 4T desapareció el fideicomiso que le permitía a Conabio recibir contribuciones para la investigación, le aplicó la austeridad republicana que provocó la pérdida de decenas de investigadores y ahora el desdén que orilló al doctor Sarukhán a renunciar ante la imposición de un nuevo secretario técnico: Daniel Quezada, economista por la UAM, doctor en estudios urbanos, exlíder de la juventud perredista y fundador de Morena en Hidalgo.
En plena crisis climática y en medio de un fuerte debate alrededor de los megaproyectos gubernamentales y su afectación al medio ambiente, el trato a Sarukhán es una muestra más de la apuesta burocrática por la lealtad política y el control, por encima de la experiencia, el conocimiento y la conciencia ecológica.