Ningún artista moderno lo representó tan dramáticamente como Rufino Tamayo cuando pintó Dualidad. Una vez mirado, el mural en el Museo Nacional de Antropología se graba en la memoria para siempre, somos testigos de una lucha feroz entre la Serpiente y el Jaguar. El día y la noche, la luz y la oscuridad, el sol y la luna, la vida y la muerte libran una batalla heroica cuyo desenlace es un misterio. El felino más grande de nuestro continente, el rey de las selvas y bosques americanos, de las cuevas y de los montes, libra hoy otro feroz combate.

Junto con el águila real y la serpiente, el jaguar (Pathera onca) —para los mayas, Balam— es un fuerte símbolo cultural. Representado en el arte prehispánico de múltiples maneras, el rey nocturno capaz de ver de día y de noche es también un elemento estratégico para la salud de grandes ecosistemas. Cuidar de su vida es velar por la de habitantes que comparten su territorio. Según el WWF, esta especie “sombrilla” proporciona importantes servicios ambientales: mantenimiento de la biodiversidad, provisión de agua, captura de carbono, reducción de riesgos de desastres, polinización de cultivos y control de plagas.

Se calcula que hay 173 mil jaguares en 18 países de Latinoamérica, desde el norte de México hasta Argentina. En nuestro país, donde solo se protege el 26.9% de sus paisajes prioritarios, el último censo realizado en 2018 reveló 4 mil 800 ejemplares. Hoy, además de la caza furtiva, el tráfico ilegal y la pérdida de hábitat por un crecimiento urbano desordenado, el jaguar en el sureste enfrenta duros obstáculos para sobrevivir a partir de la construcción del Tren Maya. Cada ejemplar requiere de entre 2 mil 500 a 10 mil hectáreas de territorio, pero se han derribado más de 19 mil hectáreas de su hábitat. Lo mismo sufren tigrillos, monos araña y ocelotes debido a la fragmentación de la selva y la pérdida de su espacio vital. Organizaciones ambientales como Sélvame del Tren lo alertaron. De 2019 hasta principios de este año habían muerto atropellados al menos 13 jaguares, ocho de ellos en la carretera 307, en su intento por cruzar al otro lado de la selva en busca de agua o de alimento.

Como cada 29 de noviembre, el viernes pasado se conmemoró el Día Internacional del Jaguar. Y el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) en México presentó “Conectando puntos”, un amplio informe sobre la especie (“casi amenazada”), su importancia ambiental y económica, sus riegos y una gran estrategia para su conservación. Dos días después, un reportaje de Alhelí Salgado en EL UNIVERSAL reveló que la Secretaría de la Defensa Nacional contrató a una empresa para el manejo de aquella “fauna nociva” que se interpone en las operaciones del Tren Maya. Se refieren a grandes mamíferos pero también a insectos y reptiles que podrían ser removidos y hasta sacrificados. La Sedena inmediatamente aclaró que ofrecerían trato “humanitario” a ejemplares movilizados.

Raúl Padilla Borja, naturalista experto en fauna silvestre del Jaguar Wild Life Center A.C. en Playa del Carmen, advirtió en una conferencia que le escuché durante un seminario en mayo de este año que, de seguir así, “le estaremos dando jaque al Rey”.

Así, cuando las generaciones futuras visiten el mural de Tamayo, les contarán que ese felino bello y poderoso, que lleva tatuada en su piel la representación del cielo estrellado, existió alguna vez en estas tierras. O bien, que sobrevivió porque gobiernos, academia, comunidades locales y sociedad civil acordaron protegerlo. Y no guardaron silencio.

adriana.neneka@gmail.com

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