En abril de este año me llegó un extraño correo de una muy amable persona que trabaja en la biblioteca del Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México. Decía que “sabiendo de su actitud filantrópica”, y dada la falta de presupuesto para la compra de insumos, solicitaba de la manera más atenta posible mi colaboración para adquirir 100 porta libros que les hacían falta. A continuación, incluyó el enlace para comprarlos vía Amazon y detallaba: “El presupuesto sería de 7 mil 225 pesos más costo de envío”.

Poco antes, a decenas de empresarios del país les llegó un mensaje escrito de parte del Instituto Nacional de Antropología e Historia. De la manera más atenta, les solicitaban un donativo de 400 mil pesos en adelante destinados a la recuperación de tres documentos antiguos, los Códices de San Andrés Tetepilco. Decía la invitación: “Con su aporte y generosidad podemos enriquecer la lectura de nuestra historia. Sea parte de este acontecimiento que marcará la diferencia para México. ¡Muchas gracias!”

Reunieron 9.5 millones de pesos, según informó Altagracia Gómez, presidenta del Patronato del INAH (y hoy enlace entre empresarios y Claudia Sheinbaum). Así se pudieron adquirir, de una familia que prefirió el anonimato, tres joyas bibliográficas del siglo XVI y principios del XVII. Realizados por auténticos tlacuilos y autentificados por investigadores del INAH y la UNAM, los códices documentan la fundación de San Andrés Tetepilco y el inventario de la iglesia de ese pueblo ubicado en Iztapalapa. Para los expertos, es la continuación del Códice Boturini o Tira de la Peregrinación.

Los donantes fueron recibidos el 19 de marzo por autoridades e investigadores en el Museo Nacional de Antropología (MNA), les dieron una conferencia sobre los documentos pictográficos, les organizaron un recorrido especial a la Bóveda de Códices y al fondo reservado de la biblioteca. Después, una exquisita cena con un prestigioso chef.

Solo cuatro meses antes, el INAH lanzó un “llamado urgente a la sociedad” con la campaña “Salvemos la Pirámide de la Serpiente Emplumada”. El monumento dedicado a Quetzalcóatl en Teotihuacan estaba en peligro por la acción corrosiva de las lluvias, y la institución, que necesitaba 56 millones de pesos para construir una estructura en la fachada oeste del edificio, pedía ayuda. ¿El incentivo? “Convertirse en auténtico guardián del patrimonio histórico” y la pertenencia a un “clan”. Desde el “Clan ojo de la Serpiente de Obsidiana”, para donantes de 20 pesos… hasta el “Clan de los hijos de la Serpiente Emplumada” para donantes de 2 mil pesos y así hasta donativos de 50 mil pesos o más.

“¡Siente el llamado de Quetzalcóatl y únete a la familia de la Serpiente Emplumada!”, clamaba el INAH. A la institución le acababan de aumentar el presupuesto para 2024 con 3 mil millones de pesos más con respecto a 2023 para la adquisición de terrenos con monumentos arqueológicos aledaños al Tren Maya.

Lo más reciente: Nuba Incoming México y Mastercard Priceless promovían una experiencia “donde el lujo se une a la cultura” con una visita el 12 de julio, fuera de horarios, al MNA y un coctel con el curador. El costo: 5 mil 707 pesos. El asunto se hizo viral, el INAH desautorizó el recorrido y la empresa retiró su publicidad.

Que la IP contribuya y la sociedad se involucre en la conservación del patrimonio cultural ¿quién puede oponerse? ¿Pero así? Luego de extinguir fideicomisos, denostar a organizaciones de la sociedad civil y señalar a las “oligarquías” ¿sigue la charola?, ¿cómo se llama el procedimiento?, ¿procuración de fondos o normalización del cinismo?

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