En plena pandemia del coronavirus y el confinamiento; con anuncios de “la nueva normalidad” en puerta mientras mueren cientos de personas a diario; entre el sueño de que aprenderemos de la experiencia o la pesadilla de que volveremos a lo mismo, llega a mis manos un manifiesto. Propone anticuerpos colectivos contra la enfermedad: cambios radicales en las narrativas y la creación de relatos que agrieten los muros y abran la imaginación hacia otros mundos posibles.
Se trata de un colectivo de narradores, cuenta cuentos, artistas, comunicadores, periodistas y hackers culturales que integra movimientos sociales e indígenas de todo el continente Abya Yala. En su documento Estrategias narrativas en tiempos de Covid-19 parten de una realidad incuestionable: “La pandemia puso de manifiesto el alcance de las desigualdades sociales y la enorme tendencia a la acumulación de la riqueza” y plantean una serie de propuestas contra el discurso del miedo y la narrativa apocalíptica que se generan desde el poder y los medios de comunicación masiva.
Dicha narrativa, detallan, invisibiliza las razones estructurales de la crisis: “El virus no discrimina, pero la desigualdad sí”. Los virus están directamente asociados a la destrucción de ecosistemas, a la deforestación, el tráfico de animales silvestres… pero “no se está nombrando la necesidad de un cambio radical en las relaciones entre las personas y el planeta”.
En su análisis de la narrativa que domina estos días, destacan que: impone un estado de excepción, infunde miedo y pánico, reproduce un discurso de guerra (“el antropocentrismo nos separa de la red de la vida”), justifica la militarización, promueve una distancia individualista, promete regresar a la normalidad (“nos recetan como medicina la causa de la enfermedad”), impera el discurso economicista, resuelve la crisis a partir del consumo y “coloniza” nuestra imaginación (“es más fácil culpar a un virus por la catástrofe que hacernos responsables por el modelo de mundo que tenemos”).
Proponen un “hackeo cultural”:
Crear narrativas que no invisibilicen, victimicen y precaricen más a las personas. En una frase: “Se puede narrar desde la dignidad”. Y mencionan, como ejemplo, las alternativas que florecen en medio de la emergencia y que no suelen aparecer en los medios y en el discurso, como los movimientos de mujeres organizadas y sus redes de solidaridad y cuidado mutuo, narrativas rebeldes en un momento donde el confinamiento exacerba las violencias machistas. Otro: Las comunidades indígenas que comparten medicinas, prácticas agrícolas y cuidados de la tierra, narrativas de resiliencia y capacidad sanadora para un planeta herido.
“No queremos volver a la normalidad”, así que proponen hackear el status quo donde el dinero vale más que la vida. Invitan a lo radical “porque echa raíz” y a hackear el sistema desde las alternativas: de salud, vivienda, gestión y distribución de agua, producción y distribución de alimentos, de soberanía energética y energías renovables de gestión comunitaria, de sistemas económicos basados en solidaridad, sistemas de auto-gobierno y autonomías locales y luchas en defensa de la vida y del territorio. Preguntarse antes elegir: ¿Es bueno para mí, para mi comunidad, para el planeta?
La narrativa hegemónica oculta la solidaridad entre los de abajo y promueve la caridad vertical, por lo que “hay que hackearla desde la reciprocidad”. Subrayan la potencia de lo colectivo: “la solidaridad es la salud del pueblo”. En el mismo sentido, invitan a existir sin destruir, hackear la lógica del consumo. Y tomar conciencia de que la emergencia no ha terminado, como una forma de hackear la crisis climática.
El documento es extenso y profundo, apenas se enuncia aquí un índice de temas. Para pensar, como este colectivo: “Después del mundo como lo conocemos, ¿qué sigue? ¿Cómo hacemos puentes entre los saberes ancestrales y las esperanzas del futuro por venir?”
adriana.neneka@gmail.com