Sabemos que de las decisiones que se tomen hoy dependerá el curso de la vida en la Tierra. Si la crisis ambiental se debe a un impacto acumulativo de la civilización, en el sentido de que los seres humanos hemos estado destruyendo ecosistemas durante siglos, pero al mismo tiempo podemos alterar códigos genéticos para crear nuevas especies, también hemos de ser capaces de alcanzar acuerdos en el camino hacia la sostenibilidad. Ya no sólo para la conservación de la naturaleza, sino para emprender acciones más asertivas en la tarea de moldear el mundo del futuro.
Para Lourdes Arizpe, autora de Cultura, transacciones internacionales y el Antropoceno, lo anterior solo será posible en el marco de una mayor “convivenciabilidad”. A lo largo de su nuevo libro, abarca desde los avances en las neurociencias, la Inteligencia Artificial y los debates de la genética (“Los genes son los esclavos y no los amos de la cultura”) hasta propuestas para una nueva cosmovisión global donde la cultura sea el “atrapasueños” de la humanidad y no factor de confrontaciones violentas étnicas y religiosas.
Mientras leemos sus ensayos reunidos, Estados Unidos e Irán protagonizan un conflicto innecesario para todo el mundo menos para un gobernante con ambición de reelegirse; la biodiversidad australiana sigue en llamas; un volcán hace erupción en Filipinas; otro sismo sacude Puerto Rico, mueren cientos de ciudadanos inocentes a bordo de un avión que alguien confundió con un misil… Y llegamos al párrafo: “(…) en la medida en que los conflictos y las guerras entre países y pueblos socaven la capacidad para cooperar, menos acuerdos podrán lograrse en materia de cambio climático, biodiversidad y asuntos medioambientales”.
En un momento tan crítico y “cuando deberíamos estar unidos y generando pensamiento”, la doctora Arizpe lamenta el aletargamiento de los debates. Y comparte la propuesta de la bióloga Donna Haraway, autora de Manifiesto Cyborg, en el sentido de “cultivar la responsabilidad”. Aunque toma en cuenta, como Bruno Latour, que a la hora de hablar de los agentes humanos responsables de moldear el planeta, no pueden asumir el mismo nivel de carga los indios amazónicos o los cazadores de focas en Alaska que los magnates de Shangai o los ejecutivos de Enron.
El término Antropoceno coloca al ser humano en el centro de los procesos del mundo. El pronóstico hacia 2100: un incremento de la temperatura promedio a 3.7 grados Celsius, la más alta que ha vivido el planeta en los últimos 15 millones de años, por lo mismo, una extinción de biodiversidad sin parangón en 65 millones de años… El género Homo frente “a un mundo totalmente desconocido para el cual no está biológicamente adaptado, ni culturalmente preparado”.
Es sólo con nuevas estructuras cosmopolíticas, decisiones colectivas y vinculantes que los seres humanos podremos moldear el mundo que anhelamos tener, sostienen estudiosos como Arizpe quienes coinciden que el Antropoceno es un asunto político en el sentido de que exige diversos arbitrajes entre múltiples estilos de vida humana en el planeta. En la transición hacia la sostenibilidad, es necesario el escepticismo ante planteamientos que desdeñan el futuro democrático y “designar posturas que cautiven a la sociedad”, como el fomento de la autoconciencia y el compromiso colectivo, así como un espíritu solidario y un mayor reconocimiento a las capacidades humanas de imaginación, diálogo, amor y sociabilidad.
Entre el Estado, que ya no lo decide todo, y las nuevas redes ciudadanas capaces de crear alianzas tomando decisiones en forma descentralizada y desde abajo, están, como asegura Michael Fischer: “el arte, la música, la literatura y el cine, que siguen desafiando las ideas dominantes”.
Por eso Lourdes Arizpe insiste en la libertad de creación, en el desarrollo de “una nueva enunciación del mundo” y, en términos evolutivos, pasar del Homo sapiens al Homo transfigurator.
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