Para Brian Nissen y Marisa Pecanins

A mí, Monteserrat Pecanins me recordaba todo el tiempo que “la vida es una fiesta y no una obligación”, como diría Alessandro Baricco. Entrar a su departamento, penetrar su mundo creativo, sus cajones con lentejuelas, plumas, botones, tiras de tela e hilos de todos colores, tomar un café con pan o una copa de vino con ella dejaba de ser algo casual para convertirse en una celebración donde brillaban la inteligencia, el sentido del humor, la risa y un espíritu rebelde imbatible.

A Montse la conocí en 1980. Hacía mis pininos y cubría artes plásticas para el unomásuno. Ella y sus hermanas, las inolvidables gemelas Ana María y Tere, tenían la mítica Galería Pecanins en la Zona Rosa, que después se mudaría a la colonia Roma. Puente entre artistas de México y Europa durante 45 años, aquel espacio creado por ese trío de catalanas mostró a Tápies, Guinovart y a Miró, pero también a Rojo, Felguérez y Macotela, instalación, videoarte, happening…

Cuando Montse llegó a México a los 21 años, su papá la llevó a escuchar a Agustín Lara y ella se enamoró de ese mundo, de la bohemia nocturna y del cabaret, la ópera, el cine y sus protagonistas. De ahí el origen de sus cajas habitadas por ese universo mágico de estrellas que, producto de sus manos prodigiosas, culminó en la exposición Teatrines y Bataclanas, que realizó en el Museo de Arte Popular en 2013, y les alegró la mirada a miles de personas.

Montse era madre de Marisa y la Beba. Cuando la tragedia tocó a su puerta con la muerte de la menor en un accidente de coche en 2009, ella decidió cumplir el sueño de su hija. La Beba, pintora y escenógrafa, fascinada con la historia de la Reina Roja de Palenque, emprendió un proyecto con perspectiva feminista: “Si de ella que era reina se ignora su nombre ¿qué podemos esperar las demás…?” Invitó a 120 mujeres a intervenir su propia máscara (elaborada previamente por ella sobre sus rostros), sacudirse el cinabrio, y develar su identidad con una pieza de arte. Murió a medio camino, pero gracias a su madre y a Brian Nissen, la exposición La Reina Roja 120 reinitas…y su pilón se inauguró, con un performance colectivo memorable protagonizado por Astrid Haddad, en el Museo del Chopo en 2011.

Montse quería completar el sueño de la Beba hasta el final: llevar la exposición a Barcelona. Y una mesa redonda sobre el hallazgo de la Reina Roja. Le tomó años y mucha audacia organizarlo. Reunirnos con ella y con Brian Nissen, su esposo y en palabras suyas: “Mi amigo, mi ingeniero, mi gurú, mi… todo”, era un privilegio. Cumplía 90 años en 2019 cuando viajó a España a amarrarlo todo en Barcelona y en Madrid. No en cualquier espacio, tenía que ser el mejor, peleaba como madre coraje. El sueño estuvo a punto de concretarse. Viajaríamos con ella en mayo de 2020 la arqueóloga Fanny López Jiménez, Carmen Gaitán y yo. Su entusiasmo contagiaba. Su energía desbordaba vitalidad: “Aparta la fecha y empaca tus libros. Yo ya arreglé el traslado de las máscaras...”.

La pandemia detuvo el proyecto. No a Montse, que unos días antes de morir el jueves pasado, acudió a la inauguración de Limulus. El fósil viviente, la nueva exposición de Brian Nissen en el Seminario de Cultura Mexicana. Ahí jugaba carreritas en andadera. Seguro se impulsaba para levantar el vuelo y encontrarse con su hija, sus hermanas, sus sobrinas Betsy y Yani… Y nos dejó pensando, como alguien escribió: “Y ahora, ¿quién nos va a querer tanto?”

adriana.neneka@gmail.com

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