Que, en una tarde, se vendan al mejor postor piezas arqueológicas que representan siglos de desarrollo cultural y artístico de nuestro país, duele. Que ignoremos el destino final de cada una de las 72 piezas de arte precolombino que desaparecen de nuestra vista tan rápido como aparecieron, perturba. Ver al embajador mexicano en Francia protestando en la calle mientras el subastador Alexandre Millon celebra emocionado el éxito de la subasta, da pena. Pero ¿qué aprendimos? Habrá que pensarlo para no quedarnos en la indignación efímera del día y abrir paso a la reflexión.

En marzo de 2016, también en París, y en la misma Casa Drout donde hace una semana nos despedimos de obras maestras como la Chalchiuhtlicue, vendida en 337 mil euros, la sociedad Binoche et Giquello subastó 40 piezas de origen prehispánico. Entonces, la denuncia ante la PGR y el llamado a detener la venta concluyeron en un comunicado del INAH: “Además de haberse ratificado la denuncia y el dictamen mencionado, con fecha 26 de febrero del mismo año, se solicitó a la Dirección General de Asuntos Policiales Internacionales y a la Interpol, mediante el oficio correspondiente, que se tomaran medidas legales para la repatriación de los bienes culturales; también en esa misma fecha se pidió a la Secretaría de Relaciones Exteriores implementara las acciones diplomáticas necesarias para la recuperación de los citados bienes”. El comunicado de hace tres años es casi idéntico al de hace una semana, aunque ahora la Procuraduría se llame Fiscalía. Si en 2019 se asegura que 23 de las 95 piezas de origen mexicano en la colección Aurance son de reciente manufactura, en 2016 se determinó que 14 de las obras lo eran. Es decir, la escena se repite.

Fresca en la memoria permanece la
deslumbrante exposición Golden Kingdoms que presentó el MET de Nueva York, con piezas de arte precolombino realizadas por manos indígenas prodigiosas (entre el año 1000 a.C. y el siglo XVI d.C.) desde los Andes Centrales hasta Mesoamérica y desde los Incas del Cusco en Perú, hasta los Aztecas de Tenochtitlán. Las salas se iluminaron con 300 obras maestras en oro, jade, concha, turquesa, arte plumario, piedra y códices que prestaron 57 museos de 13 países. La belleza de la muestra no dejó a un lado el tema del saqueo, con historias como la del arte en oro que los conquistadores fundieron para enviar como pago del Quinto Real a España, o la de Edward H. Thompson, quien dragó el cenote sagrado de Chichen Itzá entre 1907 y 1911 y se llevó las piezas a Harvard… y muchas más.

¿Cómo se fue todo aquello? Por lo pronto, sabemos que la colección de arte prehispánico que se subastó el miércoles pasado en Francia comenzó a formarse en 1963 cuando Manichak y Jean Aurance se enamoraron de una pieza que vieron en una galería de antigüedades en París y la compraron. Según Millon, el resto han sido adquiridas legalmente.

Cabe recordar que, a lo largo de 500 años, la emigración del patrimonio cultural mexicano se ha dado en muy diversas circunstancias históricas: la empresa de la Conquista en el siglo XVI, la piratería en el siglo XVIII, la afluencia de viajeros a México en el siglo XIX… Es Guadalupe Victoria, el primer Presidente de México después de la Independencia de España, quien expide un decreto en 1827 en el que se prohibe la exportación de antigüedades. Desde entonces, con la demanda, surgen también las falsificaciones.

En el siglo XX, el saqueo toma fuerza y esto se debe a que las piezas arqueológicas cobran valor económico y las colecciones privadas también otorgan un gran prestigio. Y es, precisamente en la década de los 60, cuando se dispara el mercado negro de arte prehispánico, por lo que en 1972 se decreta la hasta hoy vigente y controvertida Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos, de 1972.

La historia continúa la próxima semana. Junto con las preguntas que deja la subasta del 18 de septiembre en París.

adriana.neneka@gmail.com

Google News

TEMAS RELACIONADOS