Héctor García Cobo nació el 23 de agosto de 1923. Ver sus fotos por toda la Ciudad de México, que conmemora su centenario, es una fiesta para la mirada y la conciencia. Nueve exposiciones simultáneas: en el Museo Nacional de Arte, en Los Pinos, el Museo del Estanquillo, el Centro de la Imagen, las Rejas de Chapultepec… celebran al fotógrafo. Junto a todo eso, el mejor homenaje posible al legendario “Pata de perro” sería el apoyo a la conservación de su archivo, el que se resguarda en su casa en la colonia del Periodista.

Solo quien recorre el mundo a pie, como Héctor García, puede adueñarse con su mirada de momentos que ya forman parte de nuestra memoria colectiva visual: Tlatelolco en el 68; Siqueiros, El Coronelazo, tras las rejas de Lecumberri; Tin Tan en la regadera; María Félix en su boda con Jorge Negrete; Pedro Infante en la intimidad; Frida Kahlo en su cama; Diego Rivera pintando a Silvia Pinal; el Ché Guevara; los grandes movimientos sociales, las manifestaciones de maestros, médicos y ferrocarrileros; los mayas y los tepehuanes, los coras y los huicholes con los que ilustró Los Indios de México de Fernando Benítez; las bailarinas de cabaret y los cómicos de la carpa… También se adueñó de la insuperable capacidad de denuncia que tiene la fotografía en imágenes como Niño en el vientre de concreto.

Lo conocí en el unomásuno. Inolvidable su aparición cotidiana en la sección cultural junto con su comparsa de parrandas, el poeta Javier Molina. “Habitante del relajo”, le decía Monsiváis a este fotógrafo que hizo del clic, clic, clic una manera de respirar y absorber la vida en todas sus facetas para documentarla durante toda la segunda mitad del siglo XX.

Héctor viajó a Europa, retrató a Breton, a Brigitte Bardot, a Jeanne Moreau, a Malraux y a Picasso; fue a Israel como corresponsal de la guerra de los siete días, llevó su cámara a China, a Japón y a Medio Oriente, ganó tres veces el Premio Nacional de Periodismo y recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes, entre muchos reconocimientos más.

Pero su premio más importante se llama María, su compañera, colega, pareja y mancuerna indispensable. Con ella hizo tal cantidad de imágenes que a veces firmaban al alimón, con ella armó un archivo de más de un millón y medio de negativos que la fotógrafa ha cuidado con devoción. Con Mary, como él le decía, armó una familia y plantó dos árboles que vieron crecer en esa casa, como a su hijo Héctor, que heredó su sonrisa y su oficio. Gracias a su esposa y a su hijo se creó en 2008 la Fundación María y Héctor García y una galería en su propia casa cuyos gastos y los del archivo absorbe, con gran esfuerzo, la familia. Justo ahí se acaba de presentar el libro María García, Esta soy yo. Pionera del fotoperiodismo femenino, de Norma Inés Rivera, la también biógrafa de Héctor García.

En junio de 2012, el entonces Conaculta ofreció digitalizar el archivo y construir una bóveda para conservarlo. La promesa se hizo pública durante el velorio de Héctor García en el Vestíbulo del Palacio de Bellas Artes. Hace 11 años. No se concretó. Ahora, en medio de las inauguraciones, Héctor hijo y la curadora Laura González Flores advierten de la urgencia de fondos para conservar el acervo, limpiarlo, someterlo a restauración y digitalizarlo. Se necesitan 2 millones de dólares.

México está en deuda con Héctor y María García. Su legado requiere un apoyo económico sostenido. Se trata de la memoria de uno de los grandes fotógrafos de este país y de su obra, un espejo insustituible.

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