Hazañas como ésta resultan impactantes: tres niñas y un niño son rescatados luego de 40 días perdidos en la selva amazónica. Primero sobrevivieron al accidente de una avioneta en la que murieron su madre, el piloto y un líder de su comunidad indígena. Luego de una intensa búsqueda, cuando los encontraron el viernes pasado, las fuerzas armadas de Colombia así lo anunciaron: “¡Milagro, milagro, milagro!” No sólo estaban con vida, sino enteros, con hambre y con piquetes de insectos, pero sanos. La Operación Esperanza resultaba exitosa.
Los ya célebres “hermanitos” son en realidad las niñas: Leslie, de 13 años; Soleiny, de 9; y la bebita Cristin, que cumplió su primer año de vida en plena travesía. Y el niño Tien Norel, que cumplió los 5 mientras deambulaban entre la maleza. Su madre, Magdalena Mucutuy, de 33, indígena Muinane del Clan Chamujo de la comunidad Puerto Sábalo, hablaba lengua huitoto y era esposa de Manuel Ranoque.
Detrás del “milagro” está la dolorosa realidad. La familia Ranoque Mucutuy huía de amenazas de muerte. Es decir, eran y son desplazados de la violencia. Grupos armados, disidentes de las Farc, le advirtieron a Manuel Ranoque que tenía una hora para salir del territorio que pretenden controlar. Con un liderazgo importante en su comunidad de Puerto Sábalo, Los Monos, viajó a Bogotá en abril para trabajar y reunir ingresos que le permitieran a su familia alcanzarlo. Unos 20 días después, a principios de mayo, su esposa y sus hijos salieron de su casa en Araracuara y abordaron la avioneta con destino a San José de Guavire. De pronto, el piloto Hernando Murcia envió señales de alerta antes de estrellarse y morir junto con el líder indígena Herman Mendoza. Según reveló antier Lesly, su mamá vivió cuatro días más y les alcanzó a decir que se fueran de ahí en busca de ayuda. Caminaron más de un mes hasta que los encontraron las fuerzas armadas, pero también numerosos voluntarios de los pueblos indígenas de la Amazonia junto con la abuela y el padre de los niños.
¿Cómo sobrevivieron? Rufina Román Sánchez, lideresa de la Amazonia colombiana cuenta que “todos nuestros abuelos espirituales y las comunidades indígenas nos concentramos en la búsqueda. Los niños son nuestros hermanos, nuestras semillas. Nuestro cuerpo es territorio también, si se pierde uno, se pierde una conexión. Le hicimos un reclamo espiritual a la Madre Selva para que los cuidara y nos los devolviera”. Todos, dice, “tenemos la misión del cuidado de la vida”. Y hoy, que los políticos se toman la foto con los niños en el hospital “pedimos darle valor al conocimiento de los pueblos indígenas”.
Se sabe que comieron harina de yuca y que Lesly conocía bien la selva, distinguía las semillas y frutas comestibles de las venenosas, montó un pequeño albergue con una lona cerca del río donde recargaba su botellita de agua. Llevaba en brazos a la pequeña Cristin, como lo había hecho siempre en ayuda de su madre. La crianza es, a sus trece años, parte de su vida.
Damaris Mucutuy cuenta que solía jugar con Lesly a montar “ranchitos” en la maleza, pequeñas chozas. La tía de los menores asegura que todos esos juegos, el conocimiento de la selva y una gran capacidad de aprendizaje de la niña ayudó a todos a sobrevivir.
Los niños son sobrevivientes sí, pero no de la selva que los protegió, sino de la violencia. De ella huían y perdieron a su madre. El heroísmo de Lesly en la travesía me recuerda aquello que me dijo un día “Veneno”, el tiburonero que libró con vida un naufragio en las Islas Marías: “Dios me ayudó. Pero el milagro lo hice yo, nadando”.