Santiago, un niño de 12 años, se enjuaga los pies a la orilla del mar en Playa Caracol, Cancún. De una moto acuática sale una bala perdida que lo alcanza. Vendedores de droga disparan a sus contrincantes y le quitan la vida. Así, a la vista de sus padres, de turistas, de cientos de personas inocentes.

La misma noche del domingo pasado, hay una balacera en Tulum. Gritos de pánico y personas pecho tierra. No hay escándalo. Es la violencia cotidiana. La costumbre de noticias así en una zona donde el “desarrollo” económico, la ambición y el afán de un turismo masivo tienen rostro de muerte.

Igual, a la vista de todo el mundo, otro tipo de violencia contra la vida tiene lugar en pleno paraíso del caribe mexicano, en Quintana Roo. Es el condominio Adamar, que se levanta en la paradisiaca Bahía Soliman, entre Tulum y Akumal, en una zona de anidación de tortugas cada vez más asediadas por el “desarrollo” urbano desordenado, el boom inmobiliario y la pérdida de arena. Sin Manifestación de Impacto Ambiental, con reiterados sellos de suspensión y clausura por parte de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (PROFEPA), ordenes de demolición por parte de un juez, los desarrolladores siguen destruyendo sellos impunemente mientras levantan, a unos metros de la orilla del mar, un edificio de siete pisos y 24 departamentos.

La PROFEPA presentó hace tres meses dos denuncias penales ante la Fiscalía General de la República (FGR) contra el constructor. Por el quebrantamiento de sellos oficiales y el daño a la biodiversidad.

El pasado 23 de mayo acudí al lugar con un grupo de defensores del medio ambiente, entre ellos: José Urbina “Pepe Tiburón”, el periodista Wilberth Esquivel y la abogada Antonella Vázquez, de la asociación civil Defendiendo el Derecho a un Medio Ambiente Sano. Lo que vi: decenas de trabajadores en plena acción a pesar de los sellos de suspensión y clausura. Levantan la obra a unos metros de la playa donde ya escasea la arena y abunda el sargazo. Alguien detecta las cámaras, hace una llamada telefónica y los albañiles se retiran.

Me dicen que Bahía Soliman es uno de los últimos reductos de anidación de tortuga marina ya que se ubica a solo 5 kilómetros al sur del santuario Xcacel Xcacelito, Área Natural Protegida y ejemplo de conservación de especies amenazadas, como las tortugas marinas Blanca y Caguama, que encuentran en estas playas el lugar propicio para desovar una vez al año.

Los videos y las denuncias en redes y medios de comunicación contra la obra ilegal tuvieron efecto solo unos meses en que se detuvo la obra. Luego se reanudó, junto con los anuncios en Internet: “Adamar Soliman: ofertas desde 800 mil hasta un millón 800 mil dólares…”

Es solo un ejemplo. Otro, entre decenas, tiene lugar en Playa Paraíso, Solidaridad. Ubicada en Playa del Carmen, la zona detectó la temporada pasada unos 15 mil huevos de tortuga marina, de los que eclosionaron 94%. Cabe recordar que solo dos de cada mil tortugas que nacen llegan a edad adulta, de ahí la necesidad de proteger sus refugios. Pero ahí, a la orilla del mar, en pleno Santuario Tortuguero, donde se rescataron 139 nidos el año pasado, la empresa DK levanta un edificio de 22 pisos cuando la ley permite un máximo de 12. Y aunque la obra tiene sellos de clausura, la licencia de construcción que emite el Ayuntamiento no ha sido cancelada.

Para la bióloga Irma Pulido, de concluirse la obra significará en esta zona “la erradicación de la tortuga marina”. Y José Tiburón se pregunta: “¿Debes tener miles de followers para que se cumpla la ley?

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