Dicen que cuando la humanidad miró al planeta azul por primera vez en una imagen tomada desde el espacio exterior, nuestra perspectiva cambió. Desde el miércoles pasado no dejo de ver las imágenes difundidas por el gran telescopio espacial James Webb que nos lleva a 13 mil millones de años luz atrás en la historia del universo. Una maravilla, explosión de formas y colores, planetas, estrellas, hoyos negros, nebulosas y galaxias lejanísimas a la vuelta de la esquina visual. La fascinación nos envuelve ante la imagen más profunda del cosmos que se ha visto hasta hoy. Y ante la hazaña de la astronomía que lo hace posible.

Con todo eso grabado en la pupila asistí el viernes a la World Press Photo (WPP) en el Museo Franz Mayer. La experiencia resulta una inmersión en las entrañas del planeta mirado desde dentro por fotoperiodistas de todo el globo que buscan conectar al mundo “con las historias que importan”.

El poder de la narración visual cubre los muros del museo, como sucede cada año. Pero, según expuso en conferencia la curadora de la muestra, Martha Echevarría, la fundación WWP se dio cuenta que tenía que reconfigurarse en busca de un mayor equilibrio geográfico y global, nuevos estilos narrativos, mayor diversidad de voces, equidad de género y atención especial a una ética de la representación en el periodismo visual. Así que cambiaron las estrategias del concurso y se integraron jurados más diversos y plurales. En pocas palabras, ya no se trata de ver la obra de fotorreporteros europeos y estadounidenses retratando al “resto del mundo”, sino de buscar perspectivas más amplias y la inclusión de fotorreporteros locales y regionales capturando historias cercanas. Y se nota. De los 24 ganadores, de 23 países, 19 son fotógrafos locales y nueve son mujeres.

Recorrer la exposición es como darle la vuelta al mundo con acercamientos a las historias que marcaron 2021. La revelación del genocidio cultural en Canadá en la obra premiada de Amber Bracken, de Alberta, abre la muestra con una imagen en memoria de las niñas y niños secuestrados y traumatizados por el Estado desde el siglo XIX hasta 1996 en “escuelas residenciales”. Vamos al norte de Australia en la obra de Matthew Abbott quien, al convivir con una comunidad aborigen, documentó cómo sus técnicas tradicionales de “fuego frío” pueden salvarnos de los incendios forestales. Vemos la isla de Evia en llamas y la Amazonia brasileña en proceso de devastación… La resistencia de las comunidades locales… Isadora Romero, de Ecuador, presenta una pieza que involucra la historia de su abuelo para abordar la pérdida de agro diversidad global y sus graves consecuencias en la memoria de los pueblos. En fotos: la tragedia de las niñas secuestradas en Nigeria en el rostro de una madre que llora y las aulas vacías por el miedo. La entrañable reunión a la luz de las velas de un grupo de niños palestinos en Gaza. La rebelión de una niña contra el confinamiento en Argentina. El impacto de la pandemia en la vida de los migrantes, el racismo y el asalto al Capitolio en Estados Unidos.

Yael Martínez nos toca más cerca con su serie premiada La flor del tiempo. Montaña Roja de Guerrero. Fotos intervenidas expresan el drama de cultivadores indígenas de amapola, atrapados en medio de organizaciones criminales. El autor encontró una nueva forma de documentar la violencia y de “iluminar vidas lastimadas”, como dice Martha Echevarría.

Salgo del museo con la idea de que hay esperanza para nuestro pequeño planeta azul mientras más ojos se pongan en las historias que importan.


adriana.neneka@gmail.com
 

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