Los hechos: el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) de la UNAM decide remover las dos piezas de la exposición de Ana Gallardo que atentan contra la dignidad de las trabajadoras sexuales mayores de edad. Además ofrece una disculpa pública, reparación del daño a Casa Xochiquetzal, que da albergue a estas mujeres en situación de calle, y la organización de foros para la reflexión y el debate.

En el terreno de la reflexión queda un gran trabajo por hacer después de la tormenta provocada por un par de piezas que, si bien tienen más de una década exhibiéndose en diversos países, en el México de hoy resultaron indignantes por el maltrato verbal y la revictimización a mujeres ya de por si vulneradas por la sociedad.

Los posibles temas para un debate: En el contexto artístico y museográfico contemporáneos ¿hay límites para el arte y la libertad de expresión?, ¿quién los fija y quién tiene la última palabra? En la ética de la representación alrededor de personas y grupos vulnerables, ¿se vale explotar el dolor ajeno en nombre del “arte”? El arte conceptual y el uso del cuerpo de otras personas como soporte para la expresión ¿tienen horizontes ilimitados? En un entorno tan polarizado, lleno de violencias físicas y verbales contra infancias, mujeres, defensores del medio ambiente, comunidades indígenas, periodistas …en las redes, en los medios y en las calles, ¿es posible rescatar un intercambio de ideas sin confrontaciones?, ¿darle la vuelta a los hechos y los errores para que las víctimas resulten, no solo visibles, sino beneficiadas?

La polarización también alcanza los terrenos de la crítica de arte. En un extremo, Avelina Lésper califica en YouTube las piezas de Ana Gallardo, es decir, el ofensivo texto calado en un muro del museo y el video donde se exhibe a una mujer mayor agonizante, sin su autorización, como un “crimen de lesa humanidad”. En el otro extremo, Edgar A. Hernández lamenta en un ensayo que la UNAM, con su respuesta, se despida de “la era de la discrepancia” para caer en la censura. Escribe en la revista Cubo Blanco: “(…) El hecho de que llame ‘puta callejera’ a una trabajadora sexual de avanzada edad o que describa como ‘geriátrico’ un espacio de acompañamiento fue suficiente para que la superioridad moral que obliga la corrección política activara la quema de brujas que cada tanto demanda la cultura de la cancelación”.

Entre esos extremos, hay espacio para más argumentos. Por eso es tan necesario un debate público, con artistas, curadores, críticos y audiencias incluidas. Lo extrañamos durante la exposición de Jill Magid, en el MUAC (2017), cuando exhibió La promesa, un diamante realizado con cenizas de Luis Barragán montado en un anillo y un video macabro que documentaba el proceso, entre otras “obras” de arte conceptual.

Hoy resulta deseable, frente a la barbarie que nos agobia en este país y la confusión acerca del valor de los límites, que la palabra y el diálogo hagan lo suyo. Como repensar, sin violencias, lo que pasa dentro de un museo y lo que vive la gente en la cruda realidad de la calle. Que la experiencia reciente no inhiba la exposición de ciertos temas ni aliente autocensuras por temor a la cancelación. Un debate a la altura de nuestras aspiraciones de libertad de expresión, pero también de respeto a los derechos humanos tan lastimados cada día. Una reflexión a la altura de la UNAM y de un museo universitario que busca estimular el conocimiento, los aprendizajes significativos, el pensamiento crítico. Un diálogo, pues, a la altura del arte.

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