Luego de todo un día atrapada en el vértigo de las redes y la información mediática , saturada de imágenes y datos que danzan en desorden dentro de mi cabeza, con la noche cae un libro en mis manos y todo cambia. En el sosiego, la metáfora literaria se hace espejo, coloca en su lugar los fragmentos de realidad desperdigados, y puedo leer al mundo de otra manera.
En el libro Mary Wollstonecraft/Mary Shelley de Charlotte Gordon (Circe, 2018), encontré que la autora de Frankenstein escribió, más que una obra de ciencia ficción, una parábola de lo que sucede en un mundo sin mujeres y sin madres; cuando a la ambición masculina se le permite avanzar sin controles, reina el caos. Visionaria, años después Shelley publicó, entre otros libros, El último hombre (1824), una novela ambientada en el siglo XXI tras una epidemia misteriosa que aniquila a la humanidad. Hace 200 años, la entonces joven escritora nos dejó un espejo sin fecha de caducidad.
Apenas leí Serafín, la novela de Ignacio Solares reeditada por Era, cuando apareció en las pantallas el mejor cronista del accidente de la Línea 12: Miguel Córdova, Angie, un joven indigente que migró solo y muy niño a la Ciudad de México . No venía en busca de su padre como Serafín, el protagonista de la novela, pero sí huyendo de alguna terrible realidad. Dentro de mí dialogaron estos dos chicos que acaban en la calle, que nos revelan la crueldad de las noches cuando se duerme debajo del Metro o en la fría banqueta de cualquier calle. Ellos, en la ficción y en la realidad, le ponen rostro a cientos de miles de niños mexicanos cuyas dificultades de sobrevivencia se hermanan con la infancia londinense que Dickens visibilizó en el siglo XIX.
Escuchaba a López Obrador hablar sobre el comercio de niñas y pedir la no estigmatización de “los usos y costumbres” de los pueblos, cuando recordé Ladydi , la novela de Jennifer Clement (Lumen, 2014). Narra la vida de una pequeña que vive en las montañas de Guerrero. En esa región, donde no hay hombres porque se fueron a buscar mejor vida y no regresaron, “lo mejor que puede ocurrir a una niña es nacer fea, porque en cuanto los narcos tienen noticia de que una joven hermosa anda por ahí, acuden como buitres en busca de su presa”. La madre la viste de niño, o la esconde en un hoyo en la tierra, mientras pasan las grandes camionetas en busca de jovencitas para hacerlas esclavas sexuales .
El artículo de Eduardo Caccia “¡Vas carnal!” en Reforma acaparó la atención en redes hace dos días. Me pregunto si el autor ha leído Paradais, de Fernanda Melchor , auténtico espejo literario de la desigualdad en México.
Mientras que los temas mediáticos del día se “consumen” compulsivamente y desaparecen, las buenas metáforas literarias permanecen en los libros como espejos intemporales donde encontrarnos. Para el teórico Carlos Scolari , uno de los efectos de la nueva forma de circulación de contenidos es la “ cultura snack ” que compite constantemente por nuestra atención recurriendo a mensajes cada vez más simples: clips, tuits, memes, trailers, teasers, tiktok… Cada vez más cortos, y cada vez más superficiales. Llevar el celular en el bolsillo, dice, es como andar todo el día con una bolsa de papas fritas abierta; irresistible tomar otra, aunque sepamos que engorda, tapa las arterias y afecta la presión. Me pregunto si hay mejor metáfora. Y cómo balancear la alimentación.
adriana.neneka@gmail.com