Llegamos a Tiberiades el 15 de septiembre después de un vuelo a Madrid, otro a Tel Aviv y dos horas más de carretera. En el restaurante del hotel donde nos hospedamos todo era algarabía, niñas y niños de blanco corrían de un lado a otro, felices tomando helado; sus abuelos y padres entonaban “Hava Nagila”, canción tradicional hebrea. Festejaban el Rosh Hashaná, que conmemora la creación del mundo. ¿Cómo imaginar que 21 días después se ocultarían en un búnker para proteger sus vidas de un ataque terrorista sin precedentes? Porque toda vivienda en Israel contiene un espacio de seguridad oculto para esconderse en caso de emergencia.
La complejidad de la historia de Israel no admite simplificaciones y lo sabe nuestra guía. Se llama Sawla, vive en Belén, que está dentro de Cisjordania, y cada mañana, como muchos palestinos, realiza una odisea para cruzar los estrictos controles o check points impuestos por el gobierno israelí para llegar a su trabajo. De padre palestino y madre colombiana, bromea: “Si me presento como palestina me dicen terrorista, si lo hago como colombiana me dicen narcotraficante”.
Estremece pisar nuestras raíces judeo cristianas en hebreo y árabe. Galilea, Nazaret, Cafarnaúm, Magdala, Belén… Y Jerusalén, sagrada para todos, que ha sido destruida 17 veces. Para los judíos, ciudad de David; para los musulmanes, sitio al que llegó Mahoma en un viaje espiritual; para los cristianos, ciudad de Jesús cuyas huellas están presentes cada paso que damos.
La amurallada ciudad antigua de Jerusalén es de una intensidad abrumadora. Codo a codo, conviven el barrio musulmán, el cristiano, el armenio y el judío. Junto al Muro de los Lamentos, la Explanada de las Mezquitas, el espacio más disputado del mundo. “Not enough!”, me gritó un guardia al entrar. Y tuve que cubrirme más. Ahí: el Domo de la Roca y La Mezquita Al-Aqsa… nombre que Hamás utilizó para su feroz ataque el sábado 7 de octubre.
Por toda la ciudad hay jóvenes judíos, hombres y mujeres, casi niños, en uniforme y fuertemente armados. El servicio militar es obligatorio desde los 18 años. Quienes paseaban ayer, hoy están movilizados. Y los pequeños que miramos saliendo de la escuela gozosos, hoy están encerrados muertos de miedo. Porque un grupo fundamentalista islámico ha decidido borrarlos de la faz de la tierra. Nunca imaginamos, mientras recorríamos la Vía Dolorosa, que dos semanas después, cuando los judíos celebraban la fiesta Simjat Torá, serían sorprendidos por mil terroristas de Hamás que los atacaron por cielo, mar y tierra desde la Franja de Gaza. Más de 130 secuestrados y 900 civiles asesinados hasta ayer. Exhibidas las mujeres violadas, los niños enjaulados, la masacre de 260 jóvenes en un festival, familias destrozadas.
Ahora, millones de personas inocentes serán víctimas de la venganza anunciada por Netanyahu que ya mató en un par de días a 765 civiles e hirió a 4 mil palestinos en Gaza, “la cárcel más grande del mundo”, según John Berger.
Un día, Sawla llega horas tarde a nuestra cita. Su autobús fue retenido por el control militar en Belén porque hallaron en el área armas de la guerra del 67. Ahora mismo tuvo que mudarse a casa de su hija porque cerca de la suya cayó una bomba. Me escribe: “Paz a una tierra nacida para la Paz, pero que nunca ha tenido la Paz. Las cosas mejores y más bellas del mundo no se pueden ver ni tocar, hay que sentirlas con el corazón. Su apoyo y oraciones en estos días difíciles han tocado mi corazón”.
Escribió Maruan Soto Antaki: “No hay mayor insensatez que suponer la paz a través de la inexistencia del otro…”