Tradición milenaria y expresión de poder. Como los antiguos tlatoanis y los grandes jerarcas en casi todo el mundo, cada Presidente de México quiere dejar una huella indeleble para la posteridad y con ese sueño en mente levanta obras monumentales que, así sea en medio de fuertes debates, acaban por imponerse.

El Museo Nacional de Arte (MUNAL) se integró en 1982 con acervos de otros recintos y, minutos antes de que José López Portillo cortara el listón, se colgaban cuadros a toda prisa. Un año antes, él mismo inauguró el entonces polémico Museo de Arte Contemporáneo Internacional Rufino Tamayo con la colección donada por el artista oaxaqueño y su esposa Olga, en un edificio patrocinado por Televisa y Grupo Alfa gracias a la cesión gubernamental de un predio en el Bosque de Chapultepec. Adolfo López Mateos había inaugurado en 1964 el Museo Nacional de Antropología, el Museo de Arte Moderno y el de Historia Natural y, más atrás, en 1944, Lázaro Cárdenas convirtió el Castillo de Chapultepec en Museo Nacional de Historia.

Así también se construyó el Centro Nacional de las Artes (Cenart) que inauguró a marchas forzadas Carlos Salinas de Gortari durante la última semana de su sexenio en 1994. Vicente Fox abrió la Biblioteca José Vasconcelos en mayo de 2006, con tanta prisa que se inundó durante las primeras lluvias. Felipe Calderón gastó mil 300 millones de pesos en la controvertida Estela de Luz y Enrique Peña Nieto no alcanzó a inaugurar un Museo de Museos que dejó en bocetos. Pero Andrés Manuel López Obrador va mucho más lejos con su proyecto Bosque de Chapultepec: Naturaleza y Cultura.

Y es que no se trata sólo de un museo en Los Pinos, sino de todo un complejo biocultural, con al menos 12 nuevos espacios museísticos como el Museo del Maíz, un Pabellón de Arte Contemporáneo, otro de Cultura Ambiental, un nuevo Jardín Etnobotánico, una nueva Cineteca, un Museo de la Defensa… y puentes flotantes y deprimidos que unirán las cuatro secciones del bosque a lo largo de 800 hectáreas. Es quizá el proyecto cultural más ambicioso del que se tenga memoria en la Ciudad de México. En términos de biodiversidad cultural “será incomparable con ningún otro sitio en el mundo”, asegura Gabriel Orozco, diseñador del Plan Maestro.

Cuando apenas me sumerjo en el sueño del artista, parecido al de Alicia en el país de las maravillas, caigo en la madriguera de un conejo que me ingresa al mundo de realidades y relojes. Desde ahí recuerdo las promesas de descentralización cultural, la “terapia intensiva” en la que subsisten los museos del país, la precariedad en la que sobrevive el gremio artístico y autoral. El desempleo y la inseguridad. Los médicos y enfermeras que no cuentan con insumos suficientes para tratar a pacientes de Covid-19. Imagino a quienes velan por el patrimonio natural y cultural, sin recursos mínimos de operación, enterarse de que la austeridad es selectiva y que sólo en el primer año del proyecto se invertirán en Chapultepec mil 100 millones de pesos.

El sueño se detiene en el duelo por los 53 mil mexicanos que han muerto durante la pandemia y en la más dura crisis económica que se recuerde en décadas. ¿Era momento para el anuncio de un proyecto así, tan faraónico y costoso como el Tren Maya?

“Sólo si somos capaces de habitar podremos construir”, diría Chillida.

adriana.neneka@gmail.com

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