Una tarde escuché decir a Arnaldo Coen que su exposición en el Museo de Arte Moderno sería, en realidad, la colectiva de un solo artista. Lo entendí al recorrer Reflejo de lo invisible, la muestra antológica que celebra sus 60 años de trayectoria y al sumergirme en las páginas del gran libro catálogo que publica Turner para conmemorarlo. Si como joven pintor decidió un día, extasiado en medio del Louvre, “¡Yo quiero ser todos los pintores del mundo!” hoy podemos ver el resultado de aquel arrebato.

En la sala del MAM y en las páginas del libro todo vibra: El adolescente que le hizo caso a Diego Rivera cuando le aconsejó ver más y más pintura si es que deseaba ser pintor. El discípulo de Paolo Uccello, Paul Klee y El Bosco; el que un día quiso ser bailarín, después actor, el melómano nieto de una mezzosoprano e hijo de un lingüista; el escultor, fotógrafo, artista conceptual, el del arte correo, el joyero y el escenógrafo; el maestro de colaboraciones experimentales multidisciplinarias, del bodypainting, del performance, del óleo y todas las técnicas, el explorador de la improvisación y la colaboración artística. El artista visual que juega a ser todos los Arnaldos posibles y cuya máxima es, quizá, la libertad y el juego creativo.

La mañana que visito la exposición me atrapan muchas piezas y secciones, pero me detengo de más en la Vela de la Balsa Acali, porque justo ese día, a mediados de agosto, se cumplían 50 años de la llegada de la famosa balsa de Santiago Genovés a Cozumel en 1973. Y resulta que el autor de la enorme vela pintada que cruzó el Atlántico con once navegantes en un experimento a bordo de la embarcación es Arnaldo Coen.

Me cuenta el pintor: “Santiago era en realidad un poeta que quería vivir poemas como antropólogo, era un hombre con una cultura y una sensibilidad muy especiales. Un seductor”. Genovés se lanzó al mar con seis mujeres y cinco hombres de diferentes nacionalidades, razas y religiones que se aislaron durante 101 días entre las olas para averiguar si es posible la supervivencia de la especie sin destrozarnos unos a otros. La historia de la aventura recorrió el mundo. La de aquella vela, que lució en portada de National Geographic, la recuerda el artista medio siglo después. Desde que adquirió en París todos los materiales, selladores y pintura acrílica oceánica, hasta su llegada a Las Palmas, la Gran Canaria, en España, donde convivió durante meses con el antropólogo y los tripulantes antes de que zarparan hacia México.

Coen eligió el nacimiento de Venus como tema. Fascinado con la mitología acerca del nacimiento de la hija de Cronos, pintó una vela psicodélica de gran sentido erótico. El cuerpo desnudo de la mujer, tan presente en toda su obra, ondea plácidamente sobre la vela. “Pensé en colores que pudieran verse de lejos por cualquier emergencia; elegí el naranja que es opuesto al azul, pero complementario, para hacer contraste con el mar”. Violetas, el verde grisáceo, el blanco, trazos en negro. “Era como hacer una exposición para 11 personas que la verían diariamente. Iban a convivir con ella. Quise darle un sentido muy plácido, muy de paz, de navegar en paz”. Genovés escribió un poema sobre la vela que está perdido. Igual que la pieza original. Pero ahí está la réplica en el MAM, donde, además, se proyectan testimonios de sobrevivientes de la travesía en el documental reciente del sueco Marcus Lindeen.

Miro la vela, ondea sobre una sala convertida en balsa cuyos tripulantes recorren la exposición en busca de sueños y reflejos de lo invisible.