Somos consecuencia de momentos definitivos. Uno de ellos, en la vida de Aline Pettersson, sucedió cuando su hijo de siete años le preguntó: “Mamá, ¿tú qué haces?” Ella le contestó: “Bueno mira, yo veo la casa, la comida, cuido de ustedes…” “Sí, pero ¿qué haces?”, insistía el pequeño hasta que concluyó: “Qué bueno que yo no soy mujer”. Ese día la escritora se convenció: “Yo tengo que salir al mundo, he estado atrapada aquí”. Y decidió publicar su obra.

No fue fácil. Había pensado estudiar medicina, pero ser mujer se lo impidió en aquellos años. Era una escritora desde la infancia, sin duda, pero publicar también fue una batalla, por ser mujer. Su primera novela, Círculos, que nos lleva al interior de “Ana” y su transitar la vida cotidiana de mujer y mamá con un volcán por dentro, llegó a manos de Joaquín Díez Canedo. El gran editor dijo que no la publicaría “porque trata asuntos de mujeres que no interesan a nadie”. El libro por fin salió a la luz en 1977 y con él, Aline inicia una rica trayectoria de creación literaria y publicaciones. Novela, cuento, poesía, ficción, autobiografía, literatura infantil, ensayo. Desde entonces hasta su más reciente libro, Selva Oscura (2020), cada mañana después de salir a caminar, lo que “excita mi cabeza y ejercita mis piernas”, esta mujer se ha entregado intensamente a la palabra. Y a la vida.

El domingo pasado, el ciclo “Protagonistas de la literatura mexicana”, que organiza el INBAL, puso a Aline Pettersson en el centro del escenario de la sala Ponce del Palacio de Bellas Artes, reconocimiento que ella valoró y agradeció con emoción, pero también con la gracia que le caracteriza: “Yo he sido una gente depresiva que no escogí acortar mi vida porque sabía que a los 85 iba a estar aquí con ustedes”.

La escritura, dice, le ha salvado la vida, le ha permitido desnudar su interior y conectarse íntimamente con los demás: “Esta soy yo y te lo doy a ti que eres tú y a ver en dónde nos encontramos en el camino”. Leerla implica penetrar hondo en el paso del tiempo, la memoria, la vida y la muerte, sus obsesiones, deseos, libros, autores, calles, paisajes, amores, rupturas, pasiones, la enfermedad como exploración del alma; ahonda en la condición femenina, el placer, el erotismo, el dolor. Se da De cuerpo entero, como tituló su autobiografía.

Junto con Carlos Pellicer y Ana García Bergua participé el domingo en uno de los homenajes más justos y conmovedores que recuerdo. En su turno, Ana advirtió algo revelador. Y es que Aline fuera encasillada por la crítica como autora de temas femeninos (“pecado que en nuestro tiempo ha pasado a ser una virtud”) cuando muchos de sus protagonistas son hombres: Alfonso Vigil en La noche de las hormigas o Pedro de la Serna en A la intemperie. Además abordó el tema de la bisexualidad y la homosexualidad en una época en que no era frecuente tratarlos y menos aún por mujeres. Las novelas Casi en silencio y Deseo lo hacen “con sutileza y sin escándalo”.

Aline huye del ruido de las redes sociales, de la banalización de la cultura, de la corrección política y de la cancelación de textos “incorrectos” para niños; también cuestiona la imposición, como receta farmacéutica, del lenguaje inclusivo. Le entusiasma el rescate de escritoras olvidadas y la ebullición actual de la literatura femenina joven, aunque piensa que todo se irá decantando.

Por lo pronto, en este país desgarrado por las balas, Bellas Artes nos regaló el domingo la posibilidad de conmovernos con la palabra y ovacionar de pie a una de las grandes escritoras de México.

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