Vivimos en México tiempos de sequía gubernamental. No recuerdo a ningún presidente que, en el nombre de la paz, se la pasara declarando la guerra a quienes no piensan como él, ni le rindieran sumisión ni obediencia. Sembrar odio no da frutos dulces.
Vivimos en México tiempos de incongruencia. No recuerdo a ningún presidente que, en el nombre de la democracia, pretendiera dinamitar las instituciones autónomas que tanto trabajo, vidas y lágrimas costaron. La lucha emprendida por verdaderos demócratas se quiere borrar con la mentira y la manipulación de quien prometió hablar con la verdad.
Vivimos en México tiempos de división. No recuerdo a ningún presidente que, en nombre de los pobres, los usara solo como carnada electoral, para luego multiplicarlos y abandonarlos a su suerte, pidiendo que, por ello, le dieran las gracias. Pero que además, también en su nombre, se dedicara a dividir al país entre ricos y pobres, fifis y chairos, aspiracionistas y conformistas, cuando su trabajo debería ser unirlo. En su conveniente discurso de polarización solo existe un país en blanco y negro, cuando nuestros hermosos colores están a la vista y nuestra mayor riqueza es la pluralidad.
Vivimos en México tiempos de misoginia. No recuerdo a ningún presidente que nos quitara tanto a las mujeres, autonombrarse el más feminista y eliminar toda la política pública que se ganó por derecho, luego de décadas de lucha y desde distintas visiones, se había construido. Es López Obrador el único mandatario que destruye trayectorias, aniquila talentos, arrincona capacidades, desdeña empoderamientos -incluso de las mujeres que lo acompañan y que prefieren guardar silencio para evitar ser las siguientes víctimas exhibidas-.
Vivimos en México tiempos de la enfermedad del desdén. No recuerdo a ningún presidente que, con cinismo, prometiera salud a quienes más lo necesitan y al mismo tiempo, eliminara la posibilidad de contar con lo mínimo indispensable para la prevención y atención de enfermedades catastróficas y que aplicara una política de exterminio en nombre de la austeridad.
Vivimos en México tiempos de olvido. Carlos Castillo Peraza decía que se pretende falsificar la historia para no recordar la verdadera y así destruir al país. ¿Quién puede construir sobre ruinas? Se cuentan anécdotas a modo, se construyen cuentos para justificar la vileza humana y se desdeñan las causas y personas que, a pesar del miedo, dieron pasos en firme para luchar por sus ideales.
Yo nací en los años 70. Durante ese tiempo, millones de mexicanos hicieron su parte para dejarle a mi generación un mejor país. Sí, en ese tiempo se vivía en el país de un solo hombre, se callaban las voces críticas y las letras libres; fue un tiempo en que la pobreza era tan común, como se está volviendo ahora, que había que “felicitar” al presidente de la República por regalar despensas. No importaba por quién se votara, siempre ganaba el PRI. Las familias no tenían tiempo de pensar en política; las carencias, las limitaciones, la vida cotidiana tan difícil en un país sin crecimiento, con presidentes populistas, no permitían siquiera pensar qué pasaba entonces.
Muchas décadas pasaron para que el rostro de México fuera cambiando poco a poco. No fue fácil. ¡Claro que hemos tenido malos gobernantes! Tampoco pretendo que se olvide por qué estamos en este camino hoy. No vivíamos en una nación de primer mundo y algunos personajes políticos cometieron tantos errores y excesos que hicieron que la confianza ciudadana en la política se perdiera. Pero lo que hoy estamos viviendo está fuera de toda proporción, sobre todo porque los retrocesos democráticos están a la vista.
La propuesta electoral que se discute en la Cámara de Diputados desnudó al candidato que se convirtió en presidente; lo mostró tal cual es y dejó al descubierto su verdadero rostro. Por eso, la convocatoria a la manifestación del domingo 13 de noviembre lo tiene tan enojado. Las últimas dos semanas no han cesado los insultos -ya de por sí comunes en sus conferencias matutinas- a quienes no coincidimos con él.
No repetiré los adjetivos que usa para descalificarnos, tampoco abundaré en su narrativa que deslegitima nuestro derecho a manifestarnos. Menos haré una descripción del contenido de la reforma, que por cierto o desconoce o como es su costumbre, miente cuando intenta explicarla. Textos que detallan lo anterior sobran, como también sobran los “defensores voluntarios” que justifican lo injustificable.
Lo cierto es que el próximo domingo saldré a las calles, como seguramente lo harán muchos mexicanos. No sé cuántos irán ni si será suficiente o insuficiente la manifestación. Pero celebro que miles de personas, desde sus trincheras, compartan la misma lucha democrática que me motivó a entrar al Partido Acción Nacional y participar en la política.
¡Las calles son nuestras! ¡La democracia costó mucho y hay que defenderla sin miedo! La exigencia no sólo es para este gobierno que busca, con sus amenazas veladas, inhibir la participación de las y los ciudadanos. La exigencia también es para los partidos políticos y sus dirigencias, para que no titubeen, no duden y no traicionen la confianza ciudadana.
Si hoy vivimos en el México de los tiempos difíciles, de la sequía gubernamental, de la incongruencia, de la división, de la misoginia, del desdén y del olvido, nuestro deber es luchar para vivir mejor en un país de abundancia, de congruencia, de cohesión, de solidaridad y de memoria. Vamos juntos a defender lo que por derecho nos corresponde. Nos vemos el 13 de noviembre.
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