A tres años de iniciado el gobierno actual, la realidad en datos indica que las promesas hechas durante 18 años de campaña para dar al país seguridad pública, crecimiento económico, mejora en los bienes y servicios públicos, así como “serenar” al país, han sido dilapidadas y olvidadas desde los espacios del poder.

Y sí, menciono los espacios, porque estamos en estas condiciones no sólo por los sinsentidos de quien encabeza el Ejecutivo, sino por las omisiones de mujeres y hombres que han formado parte del gabinete legal y el ampliado, que han avalado constantemente la ilegalidad con la lectura a modo de las normas, la aplicación selectiva de la justicia, la justificación de la destrucción de instituciones, su silencio ante los atropellos y, lo más preocupante, la escenificación voluntaria de decadentes papeles en la tiránica tragicomedia presidencial que incluye otros datos, traiciones, robos y mentiras. Bien dice el dicho popular que “tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra la pata”.

Muchas de las personas que acompañaron el propósito de lograr una "transformación" decidieron

abonar a la narrativa de Palacio Nacional para no caer de la gracia del pastor supremo, siempre con la disposición al aplauso sin sentido, a la convalidación de ideas perversas o mentiras encubiertas para pasar lista en los proyectos de simulación o la inaudita exculpación de violaciones legales o casos de corrupción, porque debe demostrarse que lo que ayer era fétido hoy perfuma a mujeres y hombres que buscan mantener sus privilegios. Es una pena, están moralmente acabados.

El prestigio, la congruencia y la coherencia ideológica de la supuesta izquierda, se han sustituido con singular cinismo por zalameras manifestaciones a favor de su mesías. Lejos quedaron las consignas de "nunca más...": nunca más el ejército en las calles, nunca más el desabasto de medicamentos, nunca más el tráfico de influencias, nunca más los hermanos incómodos, nunca más la falta de transparencia, nunca más pueblo pobre, nunca más el autoritarismo y la imposición. Es así como el país se cae a pedazos, sin la menor intervención de los responsables de la administración pública:

Con un secretario de Hacienda que por no desobedecer a su jefe, ha mantenido un gobierno rico pero con un pueblo pobre que ha sumado 6.5 millones de pobres más.

Con un secretario de Turismo que abandonó la industria en lugar de promover a México en todos los escenarios internacionales posibles.

Con una secretaria de Economía que en lugar de cumplir con su obligación de mantener las inversiones en México, las ahuyentó y propició la fuga de millones de capitales.

Con un secretario de Medio Ambiente, que incapaz de contradecir a López Obrador en sus proyectos faraónicos, prefirió mutilar la naturaleza, acabar con selvas, construir una refinería que contamina y genera energías sucias.

Con una secretaria de Gobernación que con un espíritu envejecido, renunció a su lucha a favor de las mujeres, luego de décadas de haberlo hecho y que durante su encargo, avaló la desaparición de 112 fideicomisos, comportamiento que no es diferente a quien la sustituyó, un secretario que

también se niega a hacer política, a tener relación con gobernadores de oposición y desdeña el federalismo.

Con un secretario de Salud que se hizo pequeño ante la pandemia, que se niega a reconocer el desabasto de medicamentos, que desdeña el dolor de las madres y los padres de niñas y niños con cáncer, observando lentamente y en silencio cómo se les escapa la vida.

Con una secretaria de Educación que minimiza la importancia de la calidad educativa para lograr el desarrollo nacional, además de permitir el ataque constante al pensamiento crítico, la investigación y la innovación.

Son muchos los que saben que no trabajan ni aplican sus capacidades para atender los graves y apremiantes problemas nacionales, porque tienen la insustancial convicción presidencial de mantener el “pan y circo” para el pueblo, mucho espectáculo y la necesaria y maquiavélica confrontación social, mientras se manipula, se lucra con la pobreza y se desvía la atención de lo importante y urgente con tal de mantener la farsa. Así llegamos a tres años sin resultados, aunque con popularidad.

Por eso hoy se solicita urgentemente un gabinete activo, no pasivo, que explote sus conocimientos y experiencia para trabajar por el bien común. No dejemos que la prisa por el cambio de rumbo nos empuje a confiar en otro caudillo. Esa no es la vía. Tenemos que democratizar a los partidos, formar cuadros e involucrar e incentivar la participación de los ciudadanos. En nuestras manos está cambiar el destino de nuestro país.

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