Cada año que pasa, el autoproclamado gobierno más humanista y feminista de la historia nacional, se ensaña con las mujeres que han decidido manifestarse y las recibe con vallas metálicas en su palacio central, con desdén y, por supuesto, con cínica soberbia. Los símbolos de su narrativa son los símbolos para demostrar quién tiene el poder para violentarlas una y otra vez.

Triste evidencia de los difíciles y muy complicados tiempos que hoy vivimos las mujeres en México. Las violencias nos agobian:

La física que nos puede llevar a la muerte, porque entre 10 y 12 mujeres son asesinadas al día por su condición de mujer.

La económica que nos lacera, porque más de la mitad de los hogares en este país son encabezados por mujeres y se han visto afectadas por la falta de una política económica, lo que ha generado poco más de 10 millones de personas que entraron a la pobreza, que ya de por sí era alarmante.

La laboral que nos desdibuja, porque nuestro sector engrosa todos los días las filas del desempleo y cuando se tiene, enfrentamos el mito de la igualdad de oportunidades; seguimos sin ganar lo mismo que los hombres.

La social que nos pulveriza, esa en la que los estándares exigen prácticamente pensar lo mismo que otras y otros, porque las consecuencias son garrafales si no se concibe el feminismo como lo hacen los grupos predominantes. Esta violencia nos invisibiliza, porque todos te quieren exitosa, empoderada, valiente y no se permiten signos de “debilidad”, porque entonces “no eres mujer”.

Y la peor de todas las violencias: la institucional, la que ignora todas las anteriores, la que genera impunidad, la que quita los recursos públicos para la prevención del delito, para nuestro desarrollo personal y profesional, la que te culpa de todos los males por la forma en que vistes, hablas, caminas, te arreglas.

Esta violencia, que elimina derechos, anula capacidades, arrincona trayectorias y evidencia que la sororidad -para desgracia de muchas mujeres que tienen confianza en el trabajo colectivo-, en ocasiones es sólo un discurso de moda, que sirve para determinados fines y luego es guardado en el cajón de la indolencia.

Esta violencia es la que genera impunidad, tiene a los agresores gobernando y a las víctimas clamando justicia sin ser escuchadas.

De ahí las manifestaciones para decirle, criticar o reclamarle algo al gobierno, el cual dice claro y fuerte, eso sí con todo respeto -con omisiones, represiones y acciones de desdén- olvídenlo, no pasarán los muros de hierro.

¿Escuchar a las manifestantes? Para qué, no tiene caso, si sus argumentos son pretextos para atacar a este gobierno, porque ellas -enviadas por los neoliberales conservadores- no están de acuerdo con la transformación nacional. Por eso hay

que atacarlas, callarlas, ignorarlas. Total, ¿qué pueden decir? Mejor que sigan su camino.

Me queda claro que para esta administración, el 8 de marzo no es para conmemorar, no oyen reclamos, no tienen voluntad para entablar diálogo con todas aquellas mujeres vejadas, vetadas, violentadas, lastimadas, por las ausencias de sus seres queridos o por la insensatez y descalificación de un gobierno ineficaz. Oídos sordos para todas ellas que claman justicia. No hay intención de asumir responsabilidades y dar resultados, porque prevalece el interés de protegerse y cuidar sus intereses.

¿Alguien de los cuatroteístas sabe qué pasó -después de dar a conocer en febrero del 2020- con el fallido decálogo del presidente de México en contra de la violencia que sufren las mujeres para garantizar su seguridad? Seguro que no.

¡Qué sencillo resultó decir estar en contra de la violencia en cualquiera de sus manifestaciones y actuar en franca incongruencia! Suenan huecas las palabras al decir que debe protegerse la vida de mujeres y hombres, de todos los seres humanos; que es una cobardía agredir a una mujer; que el machismo es un anacronismo; que se tiene que respetar a las mujeres; no a las agresiones; no a los crímenes de odio; castigo a los responsables; el gobierno se va a ocupar de garantizar la seguridad de las mujeres y que el compromiso gubernamental es dar la paz y la tranquilidad en México. Sin acciones de ninguna índole y lugares comunes para cualquier gobernante transformador, en tres años estamos peor.

Vivimos tiempos de canallas, tiempos de una violencia que nos apaga poco a poco todos los días. Sin embargo, este panorama puede cambiar si entendemos que el 8 de marzo implica recordar la lucha de miles que abrieron camino para nosotras y que nosotras tenemos la responsabilidad y el compromiso de seguir abriendo caminos para otras.

Estos tiempos pueden cambiar, si comprendemos como sociedad que nuestros derechos no deben regatearse, que nadie puede quitarnos lo que conseguimos porque no es una concesión ni tampoco un regalo. Las mujeres debemos reconocernos en la pluralidad. Nuestra agenda no es monotemática, menos propiedad de persona o grupo alguno.

Estos tiempos pueden cambiar, si nos unimos en la defensa de quienes por momentos pierden la fuerza para seguir luchando, pero se niegan a rendirse, que esperan una mano tendida para emprender nuevamente el vuelo, porque las alas son nuestras y nadie puede quitárnoslas.

Estamos en el mejor momento para acompañarnos, cohesionarnos, reconciliarnos, unirnos en una sola voz y, por supuesto, negarnos a regalar nuestro silencio

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