Cifras y datos dan cuenta de la violencia permanente de todo tipo y normalizada que nos invade. Nada raro es escuchar a líderes partidistas, autoridades federales, estatales y locales, empresarios, locutores, periodistas, académicos, entre otros, “reconocer” lo valiosas que somos en la construcción de la democracia y lo mucho que aportamos al país. Es más, estoy segura de que gran parte de esos reconocimientos son honestos, sinceros y solidarios. Sería injusto desacreditarlos, como es injusto no reconocer los avances que hemos logrado.

Millones de mujeres en el mundo y en nuestra patria han generado avances importantes en la legislación, en la construcción de instituciones y en la visibilización de las condiciones de desigualdad que aún prevalecen. No me detendré a enumerar todos y cada uno de ellos, pero desde que logramos nuestro derecho a votar hasta la publicación de la Ley sobre Violencia Política en Razón de Género, han pasado más de 70 años.

Lo que sí quiero hacer es una diferencia importante sobre lo que ha sucedido en el tema feminista, o lo que prefiero llamar, la defensa de nuestros derechos, en los últimos dos años. En el 2020 y 2021, miles de mujeres optamos por otras formas de manifestación para exigir un alto a la violencia feminicida, a los retrocesos en política pública y al desprecio presidencial hacia nuestras causas.

No pretendo decir que los mandatarios anteriores fueran propiamente feministas, pero la indiferencia, la indolencia y la verbalización en estos dos años han sido devastadoras: pasamos de “lavadoras de dos patas” y “yo no soy la señora de la casa” a la eliminación de programas, presupuestos, proyectos y apoyos presupuestales ganados con mucho esfuerzo, como estancias infantiles, refugios para mujeres violentadas, prevención de la violencia, fideicomisos para el apoyo a enfermedades catastróficas como el cáncer, entre otros, acompañadas de palabras inconcebibles, como “ahora con la simulación del feminismo empecé a escuchar eso de rompa el pacto, me enteré qué era eso hace 5 días”, “que los hijos e hijas de las mujeres trabajadoras los cuiden las abuelitas”, “que sean las hijas las que cuiden a sus padres, es su tarea”, “los padres de las niñas y niños con cáncer están manipulados por las farmacéuticas corruptas” y el colmo: “lo de Félix Salgado Macedonio es un tema electoral de nuestros adversarios”, “las acusaciones de violación, que las resuelva el pueblo de Guerrero”, “son los conservadores los que manipulan estos movimientos, están muy enojados, no pierden momento para provocar”, a pesar de que hay cinco denuncias formales de las víctimas contra su candidato, que con su ayuda y complicidad, puede ser gobernador.

El presidente López Obrador no quiere, no tiene intención ni le interesa la lucha de las mujeres. Su respuesta a los reclamos fue levantar lo que irrespetuosa y cínicamente llamó “el muro de la paz”, muralla custodiada por cientos de elementos de la policía de la Ciudad de México, la Guardia Nacional y las Fuerzas Armadas, y que vale la pena decir, solo es el reflejo físico de las miles de barreras que ya había levantado desde el inicio de su sexenio, mencionadas en el párrafo anterior. Lo peor es el silencio cómplice o sumiso de la gran mayoría de mujeres integrantes de sus bancadas en el Senado y la Cámara de Diputados y su Gabinete, que en pleno 8 de marzo fueron convocadas para corear al unísono “es un honor estar con Obrador”.

A ellas les digo que ninguna le debe su trayectoria, experiencia, capacidad y reconocimiento al inquilino de Palacio Nacional. No tienen necesidad de rendir pleitesía a quien decidió ser jefe de partido y no presidente de todos y todas. Es más, su obligación es ser diferente y luchar por las que están padeciendo las malas decisiones de quien hoy desgobierna México. Su llegada y la nuestra a los espacios de decisión debe marcar la diferencia. Es ahora cuando más nos necesitan las mujeres de este país.

López Obrador no levantó un muro de paz. Lo que hizo fue una declaración de guerra contra nosotras y nuestros derechos. No podemos eludir nuestra responsabilidad para cambiar esta realidad que nos está matando lentamente con la autorización del primer mandatario.

Por eso, estimadas amigas, es momento de decir “Mexicanas al Grito de Guerra”. Defendamos con las armas de la inteligencia, la capacidad, la experiencia y la dignidad lo que por tantos años se ha logrado. Estoy segura que nuestra fuerza y nuestra sororidad, romperán las barreras de la indolencia, la ineficiencia y la complicidad de un pacto de impunidad que se mantiene desde el gobierno.

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