El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) entregó ya la constancia de mayoría que acredita como presidenta electa a Claudia Sheinbaum Pardo y, más allá de mi opinión sobre el proceso electoral y la evidente intervención de Andrés Manuel López Obrador en la elección, la realidad es que la política pública en nuestro país, luego de seis años de gobierno morenista, ha retrocedido.
Los indicadores oficiales en seguridad, salud, educación, corrupción, medio ambiente, gobernabilidad, Estado de Derecho y justicia, entre muchos otros, señalan los enormes retos que debemos enfrentar como país en los siguientes años.
Y en medio de la enorme polarización que vivimos, que sin duda se alimenta desde Palacio Nacional -aunque digan que es politización-, me llaman la atención algunas de las afirmaciones que Claudia Sheinbaum planteara en su discurso, que nos confirman que el estilo de su gobierno no sufrirá ninguna “transformación”.
Señala: “me comprometo a seguir construyendo igualdad y libertad para todas las mujeres mexicanas… no lo asumo solo como un triunfo individual o como el esfuerzo personal… no llego sola, llegamos todas".
¿De verdad llegamos todas?
Las mujeres en el sexenio obradorista fuimos invisibilizadas, vapuleadas, descalificadas y violentadas; el trato despectivo del tabasqueño se notó, además de en sus palabras, también en la eliminación de muchas políticas públicas que se habían implementado tras años de lucha.
Pero lo peor es que el silencio de las mujeres morenistas resultó paradójicamente escandaloso ante lo que fue la constante en este gobierno: la cancelación de espacios para las madres trabajadoras, la desaparición de los apoyos de salud -que enlutó miles de hogares-, o la indiferencia y el olvido en la persecución de delitos de violencia contra las mujeres, especialmente en los feminicidios y la trata de personas.
Y de violencia política, baste como botón de muestra la rudeza con la que el oficialismo trató a la candidata opositora Xóchitl Gálvez, al utilizar todos los medios y recursos del Estado para lanzarle bombas de desprestigio y duda. ¿En serio piensa la presidenta electa que la palabrería hueca logrará borrar sus acciones y omisiones, cuando en la pasada contienda electoral ni siquiera pronunció el nombre de Xóchitl, tampoco se dignó a mirarla o responder sus cuestionamientos y, por supuesto, no reconoció la desigualdad de condiciones en las que se dieron las campañas electorales, siempre cargadas a su favor?
El discurso feminista de algunas mujeres que llegan al poder no se consolida en los hechos si la presión de quienes las impulsan -generalmente varones- pesa más que sus propias capacidades.
No se puede decir que "llegamos todas", cuando las mujeres con mayor pobreza en México no cuentan con servicios de salud -ahí queda el caso de una madre que da a luz en el pasillo de un hospital público encima de una cobija, luego de horas de espera, ante la mirada indiferente de la autoridad, mientras se asegura estar en Dinamarca-.
Ante esta cruda realidad, la discusión sobre el tipo de gobierno que merecemos y necesitamos los mexicanos no puede quedarse a la deriva. Me parece superficial que a la luz de sus acciones, Claudia Sheinbaum reduzca el "gran paso" (y peso) para hacer historia, solo al cambio de lenguaje incluyente de presidente a "presidenta... con "a", mientras se sigan invisibilizando los atropellos y las negligencias de las autoridades cuatroteístas.
En el marco de la renovación de las dirigencias nacionales de los partidos políticos, es fundamental establecer que la participación de las mujeres debe ser mucho más que una simple cuota de género. No descalifico los avances legislativos que nos permiten la paridad (aunque sea como señala María del Carmen Alanís, a golpe de sentencias); sin duda han sido grandes pasos, pero advierto la necesidad de impulsar con firmeza la igualdad sin simulaciones.
En los próximos días se emitirá la convocatoria para elegir la nueva dirigencia de Acción Nacional y, justo por lo expuesto, estoy convencida de que nuestro partido está obligado a presentar propuestas claras, reales, empáticas y eficientes, en las que los mexicanos encuentren respuestas a sus múltiples problemas y también a sus anhelos.
El PAN está obligado -como la principal fuerza opositora- a asumir su responsabilidad en el momento político actual, en donde aliviar el dolor ajeno y evitar el dolor evitable sean la prioridad.