El 13 de noviembre del 2018, como miembro de la bancada panista, advertí en tribuna la enorme regresión y el control gubernamental que significaba la modificación de la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal (LOAPF). Desde entonces ya se veía el sello del oficialismo: cooptar, imponer y obedecer al presidente de la República, sin razonar, debatir y menos analizar lo que mandara a la Cámara de Diputados.

En ese año, previo a su toma de posesión como presidente de México, el grupo parlamentario de Morena, junto con sus aliados -PT, PES, PVEM, con los que construyó la mayoría artificial-, dieron a López Obrador quizás uno de los más valiosos regalos de cumpleaños: la conformación de la estructura electoral al servicio de su movimiento, que no del país, llamada “los Servidores de la Nación”.

No tendría nada de grave la creación de esta estructura si la tarea asignada fuera generar bienestar a la población. Sin embargo, el propósito está muy lejos de ser el bien común. Quienes integran ese grupo son enviados, a nombre y representación personal del tabasqueño, a zonas perfectamente definidas para generar un lazo de dependencia, lucrar con la necesidad y ganar elecciones.

Quizás para las nuevas generaciones de mexicanos esto sea algo novedoso y éticamente correcto, pero para quienes recordamos lo que significa el México populista de los años 70’s, 80’s y 90’s, esta forma de gobernar representa uno de los retrocesos más graves que hemos tenido en el país, porque contiene el ADN de la clase política del entonces PRI al que pertenecieron y en el que se formaron: Manuel Barttlet, Marcelo Ebrard, Esteban Moctezuma, Ignacio Mier, Alejandro Armenta, Víctor Manuel Castro, Julio Menchaca, Layda Sansores, Lorena Cuéllar, Miguel Ángel Navarro, Rubén Rocha y, por supuesto, el propio Andrés Manuel López Obrador, más un largo etcétera de neo morenistas que reniegan de su pasado, pero con sus hechos, por más que quieran, no pueden ocultarlo.

De cara a la elección del 2024, el inquilino de Palacio Nacional tiene claro que su gobierno fracasó y que, a pesar de todo el despliegue del aparato del Estado mexicano, el descontento social existe. Por tal motivo, a finales de enero anunció el seguimiento a su estrategia electoral, como lo haría un dirigente partidista, pero jamás un estadista: fortalecer su estructura territorial.

“Son reuniones públicas, pero cerradas, porque vamos a hablar con todos los que trabajan atendiendo a la gente de los programas del bienestar… Nos vamos a reunir con los de las becas, sembrando vida, los responsables de la entrega de fertilizantes y con ellos quiero hablar”.

En las primeras reuniones sostenidas en Hidalgo, Puebla, Tlaxcala, Michoacán y Morelos, el presidente se ha hecho acompañar de sus ahora brazos políticos operativos, entre los que destacan Luis Crescencio Sandoval, titular de la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) y Víctor Manuel Lamoyi Bocanegra, director general del Banco del Bienestar, ambos símbolos de la estrategia amloísta: la intimidación y la compra de la esperanza.

Aunque las cifras son imprecisas por la falta de transparencia, “el ejército del bienestar” está conformado por cerca de 23 mil personas y se refuerza con las 3 mil sucursales del Banco del Bienestar que se pretenden complementar en julio de este año, en los cuales se dispersarán 600 mil millones de pesos a 25 millones de beneficiarios.

Para reforzar la narrativa presidencial y su estrategia política, el originario de Macuspana se apoya, además, en un grupo de youtubers que reciben jugosos contratos millonarios, y que, sin mayor análisis, pero con una enorme irresponsabilidad, juegan en tres bandas: defender todo lo que dice y hace el patriarca aunque sea éticamente indefendible; desacreditar, difamar, señalar y satanizar a los que consideran adversarios del movimiento y, la que consideran más importante los fieles creyentes de “los 90 por ciento lealtad y 10 por ciento capacidad”, glorificar la imagen del redentor cuatroteísta.

Sin embargo, lo peor que le está pasando al país es que mientras el uso y abuso del poder es evidente, los líderes partidistas de oposición se encuentran durmiendo el sueño de los justos, están en la comodidad del acuerdo simple, de la autocomplacencia, del análisis superficial, de la exclusión interna, de la negación a la autocrítica y lo más grave, en la repetición de los vicios antidemocráticos que tanto señalan y juzgan del tabasqueño. Le apuestan al valor de los puestos y presupuestos en sus propios reinados.

Los presidentes de los partidos políticos no se han dado cuenta que perdieron lo más valioso que pueden tener las instituciones: identidad, credibilidad y la confianza ciudadana, los resultados electorales así lo reflejan.

Sin empacho, envían mensajes triunfalistas en las “benditas redes sociales”, cuando se reparten espacios sin preocuparse en legitimarlos. Suponen que los militantes, simpatizantes y ciudadanos sin partido, emitirán sus votos en contra de López Obrador y, por tanto, no hay alternativa más que votar por la oposición. Al igual que el inquilino de palacio, reparten culpas y descalifican a quienes piensan distinto.

Con los recursos económicos, humanos, materiales y técnicos con los que cuentan, no han sido capaces de organizar a sus propios ejércitos territoriales en los estados, municipios, colonias y calles de este México, que es mucho más que el centro del país. De la formación de liderazgos locales, regionales y nacionales, ya ni hablamos.

En tanto, los que aspiran a encabezar las candidaturas presidenciales han preferido mantenerse cerca de los dirigentes y lejos de los ciudadanos, porque le apuestan a que, en unos meses, del cónclave partidista salga el humo blanco que anuncie el nacimiento del “profeta aliancista”.

No tengo duda que se puede ganar la elección de 2024, pero sólo se logrará si los conductores de estos vehículos democráticos asumen con responsabilidad, pero especialmente con humildad, que se requiere de una organización eficiente, empática que les hable a los mexicanos en lugar del espejo.

En el caso de López Obrador, tiene definida la ruta: No, no son las benditas redes sociales, son los servidores de la Nación. ¿Tendrá la oposición la misma claridad que son sus militantes, simpatizantes y ciudadanos preocupados por el caos que vivimos, los que harán la diferencia?

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Política y Activista

 

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