“Empecé a recoger opiniones y, como lo nuestro tiene que ver con el mandar obedeciendo, la gente quiere que marchemos…” Así anunció el presidente Andrés Manuel López Obrador su marcha de la egolatría para el domingo 27 de noviembre, como respuesta a la manifestación de miles de personas en todo el país el 13 del mismo mes, para defender al Instituto Nacional Electoral (INE) y a la democracia en nuestro país.

Ante esto, no puedo evitar preguntarme:

- ¿por qué el primer mandatario necesita usar el aparato del gobierno para demostrar su poder de convocatoria?

- ¿quién es la gente que quiere marchar y se lo pidió?

- ¿por qué el presidente que se autodenomina el “segundo más popular del mundo” necesita encabezar una marcha?

Estoy segura que cientos de interpretaciones pueden dársele a las expresiones de quien no ha podido entender que su triunfo en el 2018, fue producto de las promesas que hizo para resolver los complejos problemas de México y que a cuatro años de haber asumido el poder, encabeza un gobierno fallido que no ha dado resultados en prácticamente ninguno de los rubros: salud, educación, combate a la pobreza y a la inseguridad, inversión pública, infraestructura para el desarrollo, apoyo a la ciencia, la tecnología y la academia y un largo etcétera, temas inexistentes en la agenda del gobierno.

Por eso, solo puedo concluir que, ante el fracaso de su gobierno, en lugar de corregir el rumbo, prefiera pensar en cómo mantener su popularidad y para eso necesita autoengañarse y recurrir al Andrés Manuel candidato, que hasta la fecha se ha negado a cumplir su papel de presidente.

Como mexicana, me gustaría que el primer mandatario de mi país estuviera al mismo nivel de quienes esperanzados le otorgaron su confianza. En lo personal, no esperaba mucho de él, pero ante la votación que obtuvo (aunque esta fuera producto de acuerdos con un sinfín de actores a los que siempre criticó e incluso de sus relaciones exhibidas con grupos poco confiables) suponía que haría el mínimo esfuerzo para actuar con la estatura de un jefe de estado en lugar de colocarse sólo como dirigente partidista, con la diferencia de que ahora usará todos los recursos públicos para lograr su propósito, desperdiciando no solo dinero proveniente de los impuestos de quienes trabajamos, sino la oportunidad de ser algo más que un político rencoroso y revanchista.

Con un estilo que lo caracteriza, burlón, sarcástico, pero también con evidente molestia por la marcha ciudadana del domingo 13 de noviembre, López Obrador nos sigue demostrando el enorme desprecio que le tiene a la pluralidad y a la democracia. Asumió como personal un asunto que es competencia de un país de gobernantes y gobernados. Su egolatría y narcisismo forzosamente lo conducen a centrar el debate de los enormes problemas que vivimos en México, solo en su persona. No logra entender, que nuestro país es mucho más que un solo hombre, es la diversidad de ideas, de conceptos, de formas de ver la vida lo que hace valiosa nuestra nación que se vive a colores, no es la visión en blanco y negro de quien no logra superar ni sus complejos, ni sus frustraciones personales y las traslada a la vida pública.

El domingo 27 veremos a las y los gobernadores del país, especialmente de su partido (porque espero que los gobernadores emanados de otros partidos políticos, incluyendo al que pertenezco, no repitan la historia de acudir a tal espectáculo como lo hicieron el año pasado) intentar congraciarse con él, para ver quién le rinde mayor tributo a su mesías. Aunque de cualquier manera, ya sabemos cuál será el guion de su discurso: Ningún logro que informar, mentir como lo ha hecho durante toda su vida sobre un futuro que nunca llegará, ofender a quienes no pensamos como él, victimizarse ante sus errores como titular del ejecutivo e ignorar la trágica realidad que viven millones de mexicanos por la ausencia de política pública, pero sobre todo, ofender, exhibir, lastimar, señalar y descalificar a quienes, desde su pequeña visión, no tienen por qué exigirle resultados por el simple hecho de no pensar como él.

Veremos en una enorme lista de youtubers pagados por el gobierno, encabezados de notas que elevarán a su jefe prácticamente al nivel de un dios, narraciones de influencers en los que predominará el culto a la personalidad, nos recitarán “las lecciones” que nos da AMLO a la oposición y una larga relación de alabanzas al mesías, que por más que se quiera, solo seguirá exhibiendo el tipo de gobierno que tenemos; chiquito, incapaz, soberbio y acomplejado, pero que se oculta tras la arenga favorita del presidente: “Es un honor estar con Obrador”.

La marcha del presidente solo aumentará el nivel de polarización que padece nuestro país, que divide familias, que evidencia rencores, que destruye trayectorias y reputaciones, y la culpa a un pasado construido desde la imaginación y la perversidad de los narradores oficiales de esta mal llamada “cuarta transformación”.

Entonces, qué debemos hacer quienes no coincidimos y menos queremos que el país siga en declive:

1. No confundir los propósitos que hacen diferentes estos actos: Mientras en el primero la defensa era a la democracia y al INE, la institución que más representa la lucha de décadas de miles y miles de mexicanos, la segunda está centrada a complacer el capricho de un solo hombre, que ante su pequeñez, necesita de la alabanza y el tributo.

2. No sobre reaccionar a lo que ya sabemos sucederá el domingo.

3. Valorar aún más el esfuerzo individual de ciudadanos que participaron en la manifestación del 13 de noviembre y que acudieron por sus propios medios.

4. Seguir luchando por la construcción de un país que merece mejor gobierno desde nuestras trincheras. No debemos ser la bocina del presidente que pretende desdibujar a la oposición más fuerte que tiene: ciudadanos libres que no obedecen a ningún interés más que al de México.

5. Exigir a las dirigencias de los partidos políticos de oposición, lo mismo que exigimos al gobierno, democracia, respeto a la pluralidad, eficiencia y revisión de la estrategia en la construcción de una propuesta que debe nacer de las y los ciudadanos y no de las élites

La convocatoria del presidente es más un signo de debilidad que de fortaleza. Es la respuesta a quienes considera el verdadero peligro de su proyecto de destrucción. Es el miedo que le produce la organización voluntaria y no la asistencia obligada que se produce desde el poder que amenaza e intimida.

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Política y Activista

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