30 millones de mexicanos le dieron el respaldo a Andrés Manuel López Obrador . Nadie niega que el presidente llegó por la vía democrática, como lo hicieron muchos presidentes luego de que el árbitro electoral se ciudadanizara, y sin embargo, él y sus seguidores están empeñados en vendernos la idea de que con él, México no es el mismo.
Pero en los cuatro años que ha gobernado, si algo ha demostrado el titular del Ejecutivo es que consiguió su victoria gracias a las mentiras que repitió constantemente en las más de dos décadas que hizo su campaña política. Sí, ganó con el respaldo de la ley y los ciudadanos, pero cometió el peor fraude de la historia de este país: engañó a sus electores, usó las causas de México sólo como discurso para que una vez instalado en el poder, sin dudarlo, las abandonara.
El presidente gobierna con narrativa y no con política pública. El anuncio hecho sobre la posible publicación de un acuerdo para que la Secretaría de la Defensa Nacional tenga el control de la Guardia Nacional , más allá de la reforma constitucional al artículo 21 en el 2019, es la culminación de esa narrativa que ha utilizado desde su llegada al gobierno. Destruyó todo lo anterior para cons-truir su verdadero y único propósito: el control político y social de nuestro país. El presidente jamás pensó en la seguridad de los mexicanos; su objetivo fue siempre ser el hombre todopoderoso, para manipular a su antojo a las instituciones, aunque eso implique su alianza con el crimen organizado y la pérdida de vidas humanas.
Los datos estadísticos demuestran la potencialización de los delitos y de la violencia, lo cual nos tiene en el escenario mundial como uno de los países más peligrosos e inseguros (30 de los 32 estados de la República Mexicana tienen foco rojo de alerta).
El despliegue territorial de la Guardia Nacional nunca significó mayor eficiencia, menos cuando a sus integrantes se les prohibió actuar contra los grupos delincuenciales. Han sido muchas las señales de complicidad del gobierno con el crimen organizado, desde la liberación de Ovidio, el saludo a la mamá de El Chapo, hasta los mensajes permanentes en sus conferencias matutinas para felicitarlos por su buen comportamiento e incluso calificar los hechos de violencia en Guadalajara e Irapuato con la quema de tiendas Oxxo, como “simples protestas” de uno de los cárteles más peligrosos de México, signos de un Estado fallido y en el mejor de los casos, omiso.
Él ha centrado su narrativa con la ayuda de cineastas y actores favorecidos por el régimen desde hace mucho tiempo -“La ley de Herodes”, “El infierno”, “La dictadura perfecta” con el mismo produc-tor e incluso con el mismo protagonista-, con lo que nos deja en claro que su gobierno está basado en crear historias que demeritan a unos y que hoy, a la luz de los datos, lo justifican a él.
Mucho se ha hablado sobre la parte técnica y operativa de la Guardia Nacional. No queda duda que otro sería su sentido y su valor si éste fuera un país en donde la ley imperara. Pero López Obrador no cree en las leyes ni en las instituciones y ahora con el Ejército como su aliado, el presidente, sin ningún límite ético, político, profesional ni mucho menos de empatía con el dolor de los mexicanos, desdeña a quienes creyeron en él y no tiene empacho en usarlos como pañuelos desechables. Se ha negado a gobernar para los mexicanos.
Bajo este esquema, lo que estamos viendo es la construcción de una dictadura y una constante traición a la Patria y a sus votantes, porque no ha atacado las causas de los males sociales: hoy tenemos más pobres y más pobreza extrema; se han limitado las potencialidades de los jóvenes que se están acostumbrando a recibir dinero público -que para poco alcanza- y como aspiran a tener más dinero, están a merced del crimen organizado que no escatima esfuerzos para reclutarlos.
El presidente quiere a todos los soldados en las calles, pero también en todas las áreas operativas y financieras de su gobierno. Está empeñado en corromper a todo aquel que le obedezca ciega-mente. El ejército a los cuarteles es ya un tema muy lejano y mientras se da la batalla legal para evitar este atropello, López Obrador hará en sus últimos dos años de gobierno -si es que no decide reelegirse- lo que le venga en gana, con la ayuda, los silencios y las complicidades de unos cuantos a quienes les reparte migajas.
Ante la gravedad de lo que estamos viviendo y la llegada del extraño enemigo que ha profanado nuestra tierra, el llamado de la Patria es a cada mexicano para construir desde la sociedad, una alternativa de gobierno, convencer a todos los desilusionados -que ya son millones-, para cambiar esta realidad que nos asfixia y evitar que el abstencionismo predomine. A los líderes de los partidos, les exigimos revisar la estrategia, entender el mensaje de inconformidad de los ciudadanos y mili-tantes que hoy por hoy reclaman su derecho a participar en la toma de decisiones. Necesitamos que en el 2024, sea México quien hable.
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