Desde la confrontación pública, en el ambiente se respira cinismo y culpabilidad; las trincheras están definidas en 3 espacios: los que alaban e insultan, los que argumentan y los que guardan silencio

No es fácil defender pensamiento o proyecto opositor alguno cuando se le ha marcado con la letra escarlata "C" de corrupción, complicidad, complot y culpabilidad como sentencia inequívoca de ser miembro de la mafia que engañó y abusó del "pueblo bueno".

López Obrador manejó el descontento, la desesperanza, el malestar ciudadano, que germinó en coraje social ante los atropellos del poder público, algunos ciertos sin duda, pero otros generados desde la suposición y la estrategia política. El ahora presidente conformó una estructura social capaz de manifestarse masivamente en contra de la corrupción, la inseguridad pública y la impunidad, es cierto, pero curiosamente sólo la que proviene de los “otros”.

Decía Napoleón Bonaparte que "quien no conoce su historia, está condenado a repetirla". Y de momento, estamos en la repetición de políticas públicas de la década de los setenta, que impusieron decisiones que nos llevaron a la catástrofe económica y política.

En aquellos años, se tenía temor de manifestarse en contra del gobierno. Las formas autoritarias de "silenciar" a los disidentes eran brutales y se respiraba miedo. La población joven de nuestro país desconoce las devaluaciones abruptas, la nacionalización de la banca, la carestía de productos, medios de comunicación cerrados a la libertad de expresión y la represión por la manifestación de las ideas, de aquella época.

En esta administración, desde antes de tomar el poder, la confrontación ha sido explotada con buenos rendimientos para el poder público. Mucha crítica al pasado neoliberal, mucho encono entre los habitantes; sin embargo, la realidad en datos indica que hay pocos y deficientes resultados en 18 meses de gobierno.

Lo poco o mucho que se hizo desde los gobiernos opositores se debe destruir, sentencia todos los días el Presidente. Nada importa porque lo fundamental es borrar las huellas de la historia. Pero en nombre de la austeridad y del combate a la corrupción se acepta el despilfarro, el conflicto de interés, la corruptela entre cuates y la aplicación de la justicia selectiva.

Lo poco o mucho que se hace desde la oposición es descalificado o aplastado desde el púlpito de las conferencias matutinas, los medios afines y la horda fanática que busca justificar sus omisiones y deficiencias propias con el desvío de información desde el espejo retrovisor.

No estoy en contra de mejorar las condiciones de igualdad entre los mexicanos, pero me parece que la ruta indicada tiene el vicio de la soberbia imposición y, tarde que temprano, ante la falta de soluciones y la ineficiencia de servicios públicos y la debilidad institucional por el sometimiento a la voz de un solo hombre, las consecuencias las pagaremos todos los mexicanos. La realidad indica que estamos en una crisis social que nos tiene al borde del abismo.

Hay mucho que revisar y hacer, cierto, pero es indudable que el número de desilusionados se incrementa día con día porque el gobierno está rebasado y -hoy por hoy-, se respira un ambiente de crisis por todo el territorio nacional.

En la oposición tenemos el reto de cambiar el sentido de la letra escarlata con C de c onciliación para frenar la división social, c alma para aceptar las diferencias, c analizar las inquietudes y necesidades de la población para contribuir al diseño de políticas públicas eficientes, c onstrucción para llegar a acuerdos desde los distintos puntos de vista a un mismo problema y c orregir los errores para redefinir el rumbo nacional.

Google News

TEMAS RELACIONADOS