La llegada de la llamada cuarta transformación representó una esperanza para 30 millones de personas que le otorgaron su voto, para ver desterrada la corrupción y aniquilada la impunidad, sentir la protección hacia los más vulnerables, y mantener un auténtico Estado de Derecho, promesas que sólo quedaron en eso, porque hoy tenemos al gobierno más corrupto, las filas de pobreza se han engrosado y lo que menos hay es un Estado de Derecho, pues hay una constante violación a las leyes y a las instituciones.

Los mexicanos padecen los problemas de inseguridad y violencia especialmente de parte de la delincuencia organizada, con la anuencia de quien encabeza al país. Si bien este problema no llegó en diciembre el 2018, lo cierto es que a partir de entonces empezó la simulación del combate a grupos criminales y la justificación de la impunidad.

Muchos son los dichos presidenciales que lo confirman. El “cuidamos a los elementos de las Fuerzas Armadas, de la Defensa, de la Guardia Nacional, pero también cuidamos a los integrantes de las bandas, son seres humanos… esta es una política distinta…”, se suma a una larga lista de frases desafortunadas que preocupan, primero, porque son manifestaciones de protección a los cárteles de este país que vienen desde el máximo poder, y luego, por las consecuencias que tendrán viniendo precisamente del presidente, que no es un ciudadano cualquiera: “que ya todos nos portemos bien, ya al carajo la delincuencia, fuchi, guácala”, o que al Cártel Jalisco Nueva Generación “deberían quitarle el nombre porque afecta a Jalisco…", o “los que hacen estos actos… que tengan cuidado, porque en una de esas los voy a acusar con sus mamás, con sus papás, con sus abuelos…”. Y no, no debe pensarse en un desliz presidencial como acto errático o equívoco. Él mismo ha afirmado que así piensa. Y sí, así lo demuestran cada una de las decisiones que ha tomado desde que llegó al poder, todas ellas, por desgracia, en detrimento de la calidad de vida de la población.

No se alcanza a entender cuánto se lastima, vulnera y ridiculiza la investidura presidencial cuando el mandatario se disculpa por nombrar el alias de uno de los narcotraficantes más buscados del mundo o darse espacio y tiempo para “saludar” a la madre de este mismo capo. Tampoco por la felicitación postelectoral, porque “se portaron bien”, cuando el terror invadió las campañas y muchos candidatos agradecieron por terminar el proceso electoral… con vida.

No es casualidad ni cosa menor, la protección del presidente a los delincuentes ¿acaso hay detrás un acuerdo de entendimiento mutuo, complicidad, a pesar de los estragos que deja a la sociedad en su conjunto?

Este es el sexenio de los desparecidos, de la justicia que no llega, del permiso para delinquir. A casi cuatro años de este gobierno, lo cierto y palpable es que la única política que se ha seguido es esa que ha concedido licencias para matar todos los días, asesina desde la salud, desde la educación, desde la inseguridad; desde la esperanza del emprendedor o desde el legítimo derecho del profesionista aspiracionista por querer una vida mejor para sí y los suyos; mientras el crimen organizado, el que debería ser perseguido y castigado, goza de impunidad y de los abrazos presidenciales, porque para ellos no hay balazos.

Se opta por demoler la esperanza de hombres, mujeres, jóvenes que buscan construir un mejor porvenir y que lo único que esperan es la garantía a los derechos fundamentales, vida, libertad y propiedad, además de bienes y servicios públicos de calidad.

No todo queda en las frases que protegen a delincuentes; vienen acciones punitivas muy concretas, advertencias para quienes no se sometan a su voluntad o se atrevan a pensar diferente. No se cansa de enviar mensajes para infundir miedo y terror a los ciudadanos. La muestra es haber realizado todas las modificaciones de ley para tener a más personas en la cárcel, sin que necesariamente tengan que estar ahí para llevar sus debidos procesos, y la reforma en materia de derechos humanos en 2011, precisamente busca que los inocentes no estén encarcelados.

Mientras el presidente se aferre a que su narrativa de abrazos y no balazos funciona… para los delincuentes, todos estamos en una espiral de miedo e incertidumbre. El problema es para nosotros.

Andrés Manuel López Obrador, el presidente más votado en México, pasará a la historia como el hombre que desdeñó la vida y celebró la muerte.

Activista

 

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