Todos vimos las imágenes de Pío López Obrador y de Martín López Obrador recibiendo dinero en efectivo, por parte de David León, ex titular de Protección Civil del Gobierno Federal y cercano al exgobernador, ahora senador chiapaneco, Manuel Velasco. El recurso económico -aceptó públicamente el titular del Ejecutivo- era para “gastos menores, como gasolina y alimentos” del movimiento político del tres veces candidato presidencial.

¿El origen? Hasta ahora nadie lo sabe, pero lo cierto es que fue un recurso no reportado ante las instancias electorales, y por las cantidades señaladas en los videos, ese efectivo provenía del erario, es decir, dinero de los chiapanecos. Hasta los aliados del presidente, como Julio Astillero, han señalado a David León como uno de los hombres más cercanos al entonces gobernador Velasco y han criticado ese tipo de relaciones con la cuarta transformación. No se atreven a señalar al “jefe del cartel del efectivo” por conveniencia, complicidad u omisión consciente, pero saben perfectamente que lo que hizo el presidente y lo que hace todavía, es corrupción.

No obstante, el titular de la Fiscalía Especializada en Delitos Electorales, José Agustín Ortiz Pinchetti, compadre y amigo de López Obrador, dio carpetazo al asunto. Dijo que no había delito alguno que perseguir y determinó el no ejercicio de la acción penal. ¿Esperábamos otro resultado? Lamentablemente no; desde el púlpito presidencial ya estaba el perdón anticipado, porque el asunto no se trataba sólo del hermano, sino del propio inquilino de Palacio Nacional, quien durante años y años le ha hecho honor al dicho popular “dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”. La corrupción es el signo de la casa.

Hoy también rompió el silencio David León. Se dijo satisfecho con el resultado de la (no) investigación y también señaló que de su imagen, “queda su sacrificio en el servicio público”. Y efectivamente, son muchos “los sacrificados” que le entregan tributo económico al jefe del Ejecutivo Federal; hemos visto desde hace muchos años que ésta es la práctica común en el equipo de López Obrador. Aunque el hermano declarara en entrevista exclusiva con la periodista Mariel Ibarra “a mí sólo me ha ayudado mi pequeña y verdadera familia”, sus palabras fueron leídas como un comentario de enojo dirigido a su hermano Andrés Manuel, quien finalmente y aunque lo niegue, metió las manos en el proceso legal.

Estos hechos enmarcan el tipo de gobierno que tenemos. Hemos descendido en las mediciones internacionales que se hacen sobre el Estado de Derecho: rebasamos el lugar 130 de 150 países evaluados y ocupamos también los primeros lugares de las naciones más corruptas; el “pañuelito blanco” no ha servido de mucho, pues está manchado por la deshonestidad y también por la mentira.

Por eso el cuestionamiento en mi colaboración de la semana pasada sobre ¿qué queremos para México? Los seleccionados por el dedo presidencial, para sucederlo, están obligados a operar con el mismo modelo y obedecen ciegamente porque temen no ser los elegidos. ¿Son buenos candidatos y serían buenos gobernantes? Mi respuesta es contundente: NO, pero reitero que sería el colmo que no estuvieran posicionados, después del derroche de recursos públicos, de la exposición permanente y de las estructuras gubernamentales a su servicio, que constituyen delitos electorales que ameritan prisión preventiva oficiosa, luego de tantas denuncias ante la FEPADE.

México no puede continuar por ese camino y debemos hacer lo posible porque las cosas cambien y mejoren. Ante ese reto, expuse el ejemplo de dos políticas experimentadas del PRI y me permito plantear las cualidades de mujeres políticas que participan o militan en mi partido. Aunque ha señalado que no tienen intenciones de encabezar la candidatura a la presidencia de la república por el PAN, Xóchitl Gálvez ha demostrado capacidad, eficiencia, experiencia y carácter en su paso por la administración pública; lo hizo como Directora General para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas y como jefa delegacional en la Miguel Hidalgo, ahora alcaldía.

Ante los señalamientos de algunos senadores de MORENA sobre su probable participación en lo que llaman “el cartel inmobiliario”, no sólo lo negó, sino que enfrentó con fortaleza a la Secretaria General del partido del presidente, Citlalli Hernández, y sin necesidad de que grupos de aliados se pararan detrás de ella para defenderla, entregó las denuncias que como jefa delegacional había interpuesto contra su antecesor, ahora asesor estrella de Claudia Sheinbaum. Los morenistas no tuvieron cómo desmentirla y menos cómo enfrentarla; no se han atrevido a acusarla de nada más, porque saben que ella no le teme al debate informado y con argumentos y desmentiría muy fácilmente sus calumnias.

He visto también el crecimiento de mi compañera Kenia López Rabadán; no se amedrenta ante la adversidad, tiene una actitud siempre positiva, participa sin temores al qué dirán, a la crítica o al ataque; defiende con pasión sus convicciones. Tanto Xóchitl como ella han manifestado su interés por gobernar la Ciudad de México; son dos opciones que no sólo serían competitivas, sino más preparadas, capaces, inteligentes y entregadas que los aspirantes morenistas que se han sometido a la voluntad del presidente y solo muestran sus intenciones si su tlatoani se los permite.

Mucho se ha hablado de Lilly Téllez y su estilo de debatir en el Senado de la República. Renunciar a la bancada de MORENA no debió ser fácil. Recuerdo que en la pasada legislatura, un compañero diputado me decía que no se atrevía a abandonar al partido del presidente porque le temía más a los ataques que sobre él se vendrían por parte de sus colegas legisladores. No coincidía con nada de lo que pasaba dentro del bloque oficialista, pero prefería no asumir las consecuencias de la rabia, la ofensa y la furia de los comentarios que como avalancha se volcarían en redes sociales contra él. Que Lilly Téllez haya dado el paso para liberarse de tanta violencia interna es de reconocerse. No puedo más que alegrarme de que más mujeres asuman el liderazgo desde sus trincheras.

En lo personal, más allá de si coincido o no con que ella nos represente a los panistas como candidata, tampoco puedo omitir que una parte de la población vea con buenos ojos su postulación. Con sinceridad y respeto, me atrevo a decir que el encargo de la presidencia de la república requiere además de la pasión, conocimiento de la administración pública, pero valoro mucho que las mujeres vayamos abriendo caminos para otras.

Mi llamado respetuoso tanto para Xóchitl Gálvez como para Lilly Téllez es que una vez que dieron el paso de pertenecer a nuestro querido partido, no le teman a decirse panistas, a conocer desde las entrañas su vida interna, a aprender de su historia y legado y a definir su militancia, porque no somos una franquicia, somos una institución que puede sentirse orgullosa de su origen y que les reconoce a ambas, su valor y su capacidad. Ser militante no nos quita nuestra ciudadanía.

Las mujeres que militamos en un partido político nos desgastamos más que quienes desconocen la vida interna de las instituciones políticas y se mantienen al margen, pues nos enfrentamos todos los días a la competencia, al machismo y evidentemente peleamos por los espacios políticos, porque asumimos la responsabilidad de nuestras decisiones, porque sabemos lo importante de combatir lo que las élites deciden, porque además debemos pasar de la paridad a la igualdad… y en ese camino estamos. Llevamos años conociéndonos y eso nos enfrenta todos los días.

Sin excluir a los varones, nada me daría más gusto que la dirigencia de Acción Nacional fomentara nuestro crecimiento, respetara nuestra autonomía, valorara nuestras trayectorias y entendiera que las mujeres autónomas y libres del PAN, no requerimos más que lo mismo que como partido le exigimos al presidente: democracia interna que incluye piso parejo, respeto a normas y estatutos, equidad, certeza y legalidad para competir en igualdad de condiciones, sin argucias, descalificaciones y utilización de las estructuras internas que deben fiscalizarse para mayor eficiencia.

Me siento orgullosa de reconocer que otras mujeres, a lo largo y ancho del país, se han formado dentro de Acción Nacional con esfuerzo y trabajo propios. Ser militantes y luchar por la democracia interna es la batalla que todas debemos asumir; crecer juntas, ayudarnos unas a otras, más allá de si somos o no del agrado de los líderes partidistas, eso nos hará más fuertes, sobre todo en un país en donde el jefe de Estado mexicano ha puesto en su lista de riesgos a las mujeres.

No es casualidad que ahí nos coloque. Sabe que organizadas, juntas y especialmente autónomas y libres, no podrá detenernos para llevar a la candidata o candidato opositor al triunfo en el 2024.

 
Política y Activista 

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